domingo, 27 de enero de 2013

Artículo sobre "La casa grande" de Cepeda Samudio



LA CASA GRANDE, LA METÁFORA DE UN PUEBLO

Por: Miguel Ángel Pérez


Mi padre, que es un asiduo lector, me pidió hace unas semanas que le prestara uno de mis libros; en efecto pensé en La casa grande (1962), de Álvaro Cepeda Samudio, y se lo di.  Cuando finalizó la lectura le pregunté por su contenido, y esto fue lo que me dijo: “buena, pero muy comunista”.

Mi padre tiene 82 años, y me contó que cuando era militar acompañó, en alguna ocasión, al general Rojas Pinilla, a medir un lote en Melgar. Según él, allí se dio cuenta de la magnificencia de aquél hombre que, por otro lado, representaba la lógica militar de imponer el orden a través de las armas.

“Muy sectaria la novela. Era sabido que para entonces había agitadores comunistas que querían acabar con la compañía estadounidense, a la que luego le echaron culpas arguyendo que habían mandado disparar a quemarropa… ¡qué va! Hubo riñas y los agitadores provocaban a los soldados, así como en su universidad”.  Es cierto que mi papá se toma enserio lo que se habla en las novelas, no es consciente de que si bien la literatura se documenta en la historia, los datos pueden ser alterados a antojo del autor. No obstante, la materia que me induce a citar las respuestas de mi padre no es discutir sobre la veracidad de los hechos, sino dar una explicación de la lógica que mueve a actuar a las autoridades,  en la obra de Álvaro Cepeda Samudio.

Sin duda, “La novela tiene el claro objetivo subversivo de recontar y reescribir con brutalidad y altura literaria la versión oficial idílica de la espantosa masacre de trabajadores de la United Fruit Co” (Pinzón, 2009). Sin embargo, más allá de la ficción y de lo ocurrido, en la historia, creo que es trascendental que se  dé a conocer la cínica redacción del decreto, “Por el cual se declara cuadrilla de malhechores a los revoltosos de la Zona bananera”, que magistralmente  el autor inserta a la mitad de su obra; y que, además, le proporciona  una fuerza a aquellos relatos que, en un principio, parecen no tener relación.

¡Ah, bueno! Entonces, partiendo del decreto, ya son claros los motivos de la masacre. Lo que no se entiende es que el artículo 3 de dicho decreto, por el cual “los hombres de la fuerza pública quedan facultados para castigar por las armas a aquellos que se sorprenda infraganti…”, se contrapone con lo que legisla la constitución de 1886 que  declara en el título III, artículo 19 que: “Las autoridades de la República están instituidas para proteger todas las personas residentes en Colombia, en sus vidas, honra y bienes, y asegurar el respeto recíproco de los derechos naturales, previniendo y castigando los delitos”. Entonces, parece que las autoridades sólo se fijaron en la protección de los bienes de los latifundios de la compañía extranjera y no en la vida y honra de sus campesinos. ¡Qué tontería! La incongruencia fatal.

Ahora se entiende por qué el autor recrea  la masacre de las bananeras, donde bien pudieron haber sido 9 los muertos, como el parte oficial lo demuestra, o más de 3.000, como documentan otras fuentes; pero que deja en evidencia a un gobierno que no estaba dispuesto a ceder en los reclamos de los trabajadores y que siempre estuvo del lado de los gamonales que se apoderaron sistemáticamente de las tierras de los campesinos sustrayendo sus vidas al trabajo en las haciendas, explotando su condición laboral. ¿Y qué podían hacer los campesinos?  Gonzáles Prada dice que “la condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere el ánimo suficiente para escarmentar a los opresores” (citado en Mariátegui, 2009, p.24). Y así fue,  el campesino animado por los nacientes discursos de izquierda se lanza a la huelga a reclamar sus derechos. Lamentablemente el gobierno ya tiene preparado su plan de contingencia para frenar a los “revoltosos”. No importa cuántos cayeron el 6 de diciembre de 1928; un muerto hubiese bastado para llamar ese acto: masacre.

Finalmente, vale decir que por su innovación en la producción artística al ser un experimento arriesgado, como califica García Márquez a la novela, La casa grande se inscribe en el movimiento vanguardista; y eso posibilita registrar, a través de diversas voces sin nombres que se conjugan en una sola, la realidad de un país. Porque eso representa la familia de La casa grande: la metáfora de Colombia, y por qué no decirlo, de la América toda, que bajo el legado  colonial, redujo a los indígenas y negros a una situación de esclavitud en las minas y tierras de los latifundistas que sojuzgaron a estas etnias bajo su teoría de las razas superiores.

¡Y se ha salido con la suya la clase dominante en nuestro país! De nada sirvió recontar la masacre de las bananeras, que simplemente quedó como un suceso literario que muchos, como mi padre, creen que se trata de un comodín para incitar a la rebeldía. No cabe duda que nuestro pueblo tiene el mal de la amnesia histórica y es por ello que aún está lejos el día que los campesinos recuperen la tierra que alguna vez le perteneció a sus ancestros. Baste decir que en estos momentos Latinoamérica tiene dueños, pero de seguro que no son oriundos de estas tierras… las transnacionales tienen el emporio de las comunicaciones, las minas, la energía, el agua ¡EL AGUA! ¿Y qué hay para el campesino? ¡TRABAJO! De seguro que cuando intente sublevarse de nuevo, el gobierno de turno tendrá su as bajo la manga y no dudará en tildarlos de terroristas para opacar sus voces de reclamo.


    Bibliografía

Cepeda, Álvaro (1962) La casa grande. Bogotá: Ediciones Mito.

José, Mariatégui (1979) 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Venezuela: Biblioteca Ayacucho.

Pinzón, Alberto (2009) Reseña: La casa grande. (En línea) URL: http://www.45-rpm.net/?p=299

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