LA
CASA GRANDE, LA METÁFORA DE UN PUEBLO
Por:
Miguel Ángel Pérez
Mi
padre, que es un asiduo lector, me pidió hace unas semanas que le prestara uno
de mis libros; en efecto pensé en La casa grande (1962), de Álvaro Cepeda
Samudio, y se lo di. Cuando finalizó la
lectura le pregunté por su contenido, y esto fue lo que me dijo: “buena, pero
muy comunista”.
Mi
padre tiene 82 años, y me contó que cuando era militar acompañó, en alguna
ocasión, al general Rojas Pinilla, a medir un lote en Melgar. Según él, allí se
dio cuenta de la magnificencia de aquél hombre que, por otro lado, representaba
la lógica militar de imponer el orden a través de las armas.
“Muy
sectaria la novela. Era sabido que para entonces había agitadores comunistas
que querían acabar con la compañía estadounidense, a la que luego le echaron
culpas arguyendo que habían mandado disparar a quemarropa… ¡qué va! Hubo riñas
y los agitadores provocaban a los soldados, así como en su universidad”. Es cierto que mi papá se toma enserio lo que
se habla en las novelas, no es consciente de que si bien la literatura se documenta
en la historia, los datos pueden ser alterados a antojo del autor. No obstante,
la materia que me induce a citar las respuestas de mi padre no es discutir
sobre la veracidad de los hechos, sino dar una explicación de la lógica que
mueve a actuar a las autoridades, en la
obra de Álvaro Cepeda Samudio.
Sin
duda, “La novela tiene el claro objetivo subversivo de recontar y reescribir
con brutalidad y altura literaria la versión oficial idílica de la espantosa
masacre de trabajadores de la United Fruit Co” (Pinzón, 2009). Sin embargo, más
allá de la ficción y de lo ocurrido, en la historia, creo que es trascendental
que se dé a conocer la cínica redacción
del decreto, “Por el cual se declara cuadrilla de malhechores a los revoltosos
de la Zona bananera”, que magistralmente
el autor inserta a la mitad de su obra; y que, además, le
proporciona una fuerza a aquellos
relatos que, en un principio, parecen no tener relación.
¡Ah,
bueno! Entonces, partiendo del decreto, ya son claros los motivos de la
masacre. Lo que no se entiende es que el artículo 3 de dicho decreto, por el
cual “los hombres de la fuerza pública quedan facultados para castigar por las
armas a aquellos que se sorprenda infraganti…”, se contrapone con lo que
legisla la constitución de 1886 que
declara en el título III, artículo 19 que: “Las autoridades de la
República están instituidas para proteger todas las personas residentes en
Colombia, en sus vidas, honra y bienes, y asegurar el respeto recíproco de los
derechos naturales, previniendo y castigando los delitos”. Entonces, parece que
las autoridades sólo se fijaron en la protección de los bienes de los
latifundios de la compañía extranjera y no en la vida y honra de sus
campesinos. ¡Qué tontería! La incongruencia fatal.
Ahora
se entiende por qué el autor recrea la
masacre de las bananeras, donde bien pudieron haber sido 9 los muertos, como el
parte oficial lo demuestra, o más de 3.000, como documentan otras fuentes; pero
que deja en evidencia a un gobierno que no estaba dispuesto a ceder en los
reclamos de los trabajadores y que siempre estuvo del lado de los gamonales que
se apoderaron sistemáticamente de las tierras de los campesinos sustrayendo sus
vidas al trabajo en las haciendas, explotando su condición laboral. ¿Y qué
podían hacer los campesinos? Gonzáles
Prada dice que “la condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el
corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los
oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere el ánimo suficiente para escarmentar
a los opresores” (citado en Mariátegui, 2009, p.24). Y así fue, el campesino animado por los nacientes
discursos de izquierda se lanza a la huelga a reclamar sus derechos.
Lamentablemente el gobierno ya tiene preparado su plan de contingencia para
frenar a los “revoltosos”. No importa cuántos cayeron el 6 de diciembre de
1928; un muerto hubiese bastado para llamar ese acto: masacre.
Finalmente,
vale decir que por su innovación en la producción artística al ser un
experimento arriesgado, como califica García Márquez a la novela, La casa
grande se inscribe en el movimiento vanguardista; y eso posibilita registrar, a
través de diversas voces sin nombres que se conjugan en una sola, la realidad
de un país. Porque eso representa la familia de La casa grande: la metáfora de
Colombia, y por qué no decirlo, de la América toda, que bajo el legado colonial, redujo a los indígenas y negros a
una situación de esclavitud en las minas y tierras de los latifundistas que sojuzgaron
a estas etnias bajo su teoría de las razas superiores.
¡Y
se ha salido con la suya la clase dominante en nuestro país! De nada sirvió
recontar la masacre de las bananeras, que simplemente quedó como un suceso
literario que muchos, como mi padre, creen que se trata de un comodín para incitar
a la rebeldía. No cabe duda que nuestro pueblo tiene el mal de la amnesia
histórica y es por ello que aún está lejos el día que los campesinos recuperen
la tierra que alguna vez le perteneció a sus ancestros. Baste decir que en
estos momentos Latinoamérica tiene dueños, pero de seguro que no son oriundos
de estas tierras… las transnacionales tienen el emporio de las comunicaciones,
las minas, la energía, el agua ¡EL AGUA! ¿Y qué hay para el campesino?
¡TRABAJO! De seguro que cuando intente sublevarse de nuevo, el gobierno de
turno tendrá su as bajo la manga y no dudará en tildarlos de terroristas para
opacar sus voces de reclamo.
Bibliografía
Cepeda,
Álvaro (1962) La casa grande. Bogotá: Ediciones Mito.
José,
Mariatégui (1979) 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Venezuela: Biblioteca Ayacucho.
Pinzón,
Alberto (2009) Reseña: La casa grande. (En línea) URL:
http://www.45-rpm.net/?p=299
No hay comentarios:
Publicar un comentario