domingo, 27 de enero de 2013

Ensayo sobre la muerte en la poética de A. Storni



LA MUERTE EN LA OBRA POÉTICA DE ALFONSINA STORNI

Por: Miguel Ángel Pérez


A la muerte se le toma de frente con valor
 y después se le invita a una copa.


Después de que el 25 de octubre de 1938 Alfonsina Storni decide inmolarse, arrojándose al mar, Alfredo Palacios pronuncia en el senado un sentido homenaje a la poeta. Dice que en menos de dos años han desertado de la vida tres inigualables poetas argentinos: Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Alfonsina Storni: “Algo anda mal en la vida de una nación cuando, en vez de cantarla, los poetas parten, voluntariamente, con un gesto de amargura y desdén, en medio de una glacial indiferencia del Estado” (citado en Etchenique, 1958, p 20).

Es claro advertir que Alfonsina Storni canta, a lo largo de su obra poética, al desamor, a la tristeza o a la soledad, sensaciones producto de sus desventuras. No obstante también se duele de lo que la rodea e invoca la pesadumbre de los seres que ella ve en las calles aguantando frío y hambre. ¡Claro que algo anda mal! Pues no encuentra otra salida a sus pesares que en la muerte. Es, pues, el propósito de este trabajo mostrar que en la trayectoria poética de Storni la muerte es la única evasión de un mundo cruel e injusto. La muerte, entonces, se convierte en estandarte de la liberación de las penas que amargan su ser.

Un lector, al aproximarse a la poesía de Storni, podría aducir que la presencia de la muerte y los largos pasajes melancólicos son producto de un espíritu joven. Por supuesto que el primer libro, inquietud del rosal (1916), es producto de una mujer pasados los 20 años y su obra, que refleja una fatiga existencial, podría verse reducida a la producción de una mente inmadura que con los años sentaría postura. No es así. Si bien en este primer libro se advierte una poesía con un tinte romántico y con versos postmodernistas, ni siquiera en su evolución al vanguardismo su temática de la muerte se ve menguada. En su libro mundo de siete pozos (1934), de una poeta mucho más madura, la muerte sigue teniendo relevancia, sólo que se expresa a través de la imagen del mar, como símbolo del viaje al eterno descanso.

Para ilustrar lo anterior, es hora de dar un recorrido por los versos de esta maravillosa obra poética a la que Roberto Giusti rescata y aleja de la “subliteratura”, que según él producían otras mujeres de su tiempo. Además de afirmar sobre Alfonsina que “después de su primer libro de aprendiz era una vaga promesa, una esperanza (…) y poco a poco fue creciendo (…) hasta descubrir un día que nos hallábamos ante un auténtico poeta”. (citado en Delgado, 2001, p74). Parece ser que para Giusti, la poeta joven era una “vaga promesa”; no obstante hay que observar en “¿Vale la pena?”, uno de los poemas de inquietud del rosal, lo bien que expone en perfectos cuartetos la idea de una vida cruel que no vale la pena ser vivida, cuando se carga con un alma amarga que no experimenta la bondad más que un pequeño momento:

¿Vale la pena acaso?... ¿vale acaso la pena
soportar esta vida cortísima y cruel
para llevar e alma recubierta de hiel
y no sentirla nunca inmensamente buena?

No vale, no, la pena… preferible es entonces
abrirse el corazón a golpe de puñal
y destruir con la muerte, savadora y fatal,
el corazón tan frío como una entraña de bronce…
(Storni, 1968, p. 70)

Y ya que no se puede soportar esta vida cruel, lo mejor es acabar con ella. Esta proposición está latente a lo largo del primer libro. Causa de este abandono existencial son “las amargas experiencias vitales de Alfonsina que le forjaron en su ser una visión de la existencia muy pesimista” (Martínez, 1997, p. 10). Así pues, el sentimiento de profunda aflicción que se trasluce en poemas como “Tristeza”, en que la visión de niños desamparados crea un dolor en el alma, impulsa al deseo de la expiración terrena; o en poemas como tarde de tristeza en que, “enferma de un mal que no se cura”, propone que la muerte ha de ser la salvación; por ejemplo, en “Cansancio” existe un desdén por la vida que, en una hora cobarde, arriba el “deseo de no ser”, “de ser algo sin vida”. Es Alfonsina Storni una mujer adelantada a su época, no se adapta, y las injusticias se quedan clavadas en su pecho. Nace, así, el germen de la anarquía en su cerebro y por eso en “Rebeldía” dirá: “¡Qué hermosas las cosas/ que nunca se hicieron!... (Storni, 1968, p. 59).

Sin embargo, la fatiga existencial que se manifiesta no es propia del primer libro de Alfonsina Storni. Este sentimiento la persigue durante toda su creación poética, así que puede observarse que en “Nocturno”, poema de El dulce Daño (1918), “mi corazón está tan castigado/ que como un vaso morirá trizado” (Storni, 1968, p. 88). El desamor es, sin duda, una de las razones por las que la poeta desea abandonar este plano. Alfonsina “representa la larga y dolorosa tradición de las mujeres poetas hispanoamericanas que le han cantado al amor, han sufrido por sus ideales, y al final de sus vidas, han encontrado la muerte como único premio a sus esfuerzos vitales” (Martínez, 1997, p. 11). De esa profunda amargura de un corazón roto, Alfonsina no tiene más remedio que elevar una plegaria a la muerte. De este modo prosigue ella en “Nocturno”:
Estoy cansada de escuchar sonidos;
me molestan y ofenden tantos ruidos.

El cerebro me pesa como un cuervo
clavado adentro por destino acervo.

Y tengo el deseo de dormir…
oh qué hermoso, qué hermoso no sentir.
(Storni, 1968, p. 89)


Es genial la manera en que, a guisa de continuidad, la poeta pone puntos suspensivos que recrean la imagen de un sueño que no tiene fin. Es el sueño eterno el único que posibilita el descanso. Por supuesto que esta idea de la muerte, como liberación del sufrimiento de la vida, ha circundado por diversas atmosferas de la humanidad, no sólo por la filosofía budista sino en el seno de la filosofía judaica que acogería después el cristianismo. Así, pues, dice el Eclesiastés VII, 1: “… y mejor el día de la muerte que el del nacimiento”. Por esta misma senda afirma Spinoza que la muerte “es liberación de la esencia del alma que, libre de la memoria, de la sensibilidad, de las afecciones, de las pasiones, es decir de la individualidad, va a confundirse en la sustancia divina” (citado en Morín, 2007 p. 244). Y el anhelo, tal vez obsesión, de Alfonsina por mezclarse con el éter del universo, no queda tan sólo demostrada en el sinnúmero de veces que la palabra muerte aparece a lo largo de su trayectoria poética, sino en la forma en que imagina su muerte: en contacto con la naturaleza. De esta manera dice en “Morir sobre los campos”:

Yo quiero que me dejen morir sobre los campos
Tendido el cuerpo enfermo. Me traiga el sol sus lampos
Y abriéndose las venas a su calor bendito
Venga a mí caricias de todo lo infinito.

Es obvio que, al querer mezclarse con la naturaleza, evade toda concepción cristiana del cielo y del infierno. En la séptima estrofa del mismo poema pide que no haya plañideras a su muerte, pues ella regresa a ser parte del infinito. Al respecto de esta serena concepción de la muerte dice Pompeu Gener, hablando de la visión de la muerte en la sociedad persa, que: “al morir, el cuerpo se deja al aire libre para que se convierta en alimento de las aves y con ellas regrese a la luz, principio generador de vida, este principio de vida está en la naturaleza que es fuente de todos los dones” (citado en Triviño, 2000 p. 51). Así pues, todo el horizonte estético que Alfonsina recrea en su poema, no es más que la carga simbólica de un retorno al cosmos, y por tanto al descanso infinito.
En Irremediablemente (1920), Alfonsia sigue escribiendo a la muerte. “La idea de la muerte, forma liberadora y tenaz que en su creación posterior aparecerá como un fantasma del que le será casi imposible separarse, le inaugura páginas de transida belleza. (Etchenique, 1958, p. 62). De este modo la poeta en “Para siempre suspensa” hace una invitación a su amiga para que la lleve consigo:

Oh, esta noche, me tiraría triste
debajo de la luna y te diría ven,
oh, muerte bienhechora, que para ti me hiciste.
Apágame los ojos y anúlame la sien.
(Storni, 1968, 160)


Al referirse a esta noche, y no a todas, se advierte que el deseo de la muerte, que exalta la mente de la autora, no es constante. Pareciera ser que un alma melancólica le canta a la muerte cuando no resiste más el peso de la vida; no obstante, hay momentos en los que pareciese que esa alma atormentada tiene deseos de renovarse. Ello se comprueba en dos buenos poemas de títulos sinónimos: “Resurgir”, de su primer libro, y, “Reflorecer”, uno de sus poemas inéditos. En ambos la actitud ante la vida resulta ser positiva. Así dice en “Reflorecer”.
Hoy soy otra mujer, tengo alegría
y deseo de amar intensamente;
como un ramo de rosas, sensualmente,
exhalo una sutil afrodisía.
(Storni, 1968, p. 421)



Así es el espíritu humano. Un día el hombre se levanta con un aire de pesar y rememora todas sus tristezas y, en otras ocasiones, cuando las cosas marchan bien, el semblante cambia y enseguida la producción acoge otro matiz, el de la felicidad. Y es entonces que Alfonsina compone a esta dualidad un bello poema: “El ensayo”, que aparece en su libro Languidez (1920):

Si el corazón me fuera percutido
pudiera ser que resonara a muerto.
pero pudiera ser que diese ruido
de pájaros cantores en un huerto.
(Storni, 1968, p. 217)


Esta dualidad de un alma que lleva en su entraña el anhelo intenso de la muerte, tiene también un viso de alegría, de una razón por la cual vivir, que se manifiesta en ese último verso lleno de vida en que hay avecillas cantando en un jardín. No obstante el tema de la muerte, tan recurrente, opaca ese sentimiento y sigue Alfonsina en Ocre (1925) componiendo versos a la muerte, pero esta vez con un tono menos dramático y más bien con una actitud serena, donde impera la certeza de que el sufrimiento se irá cuando llegue la hora de la muerte. Así en “Epitafio para mi tumba” dice Alfonsina: “Aquí descanso yo, y en este pozo, / pues que no siento, me solazo y gozo”. (Storni, 1968, p. 272).

Ya en el atardecer de la vida de la poeta, la imagen de la muerte se hace menos trágica aún, y por el contrario predomina la imagen del mar. “El mar es en Alfonsina un presentimiento. Lo lleva en su entraña como algo hermoso y fatal. Hermoso por la emoción lírica que se concreta en versos magníficos. Fatal porque toda su vida es un lento desplazar hacia él” (Chichero, 1950). En la inmensidad del poderoso océano la autora ve el camino al más allá, y ya no invita a la muerte, sino que se adentra, en un viaje, para encontrarla. De ese modo Alfonsina dice: “Yo en el fondo del mar”. Y tal vez el lector, si conoce el fin que le espera años más tarde a la poeta, se imagine una escena romántica de Alfonsina adentrándose al mar; cosa que no sucede en la vida real, por cierto, pero que recrea el deseo profundo de un ser que a través de su trayectoria poética canta a la muerte como una amiga con la que se va a encontrar. Finalmente termina su poema aduciendo al descanso eterno.

Duermo en una cama
un poco más azul
que el mar.
(Storni, 1968, 327)


En este poema el rastro del modernismo rubendariano es realmente significativo. La imagen que se obtiene es la de un sueño eterno en una cama azul. Y ya que el azul es un color realmente simbólico para la estética modernista, dado que representa lo etéreo, lo infinito y lo puro, manifiesta que ese estado supremo es el premio a tanto sufrimiento o bueno… el único premio. Este argumento es preocupante, y al igual que declara A. Palacios, en su memorable discurso, es evidente que algo no está bien, que los poetas en vez de cantar a la vida, se abalanzan precipitadamente a la muerte con sus versos, y finalmente se abandonan a la cobardía de su ser y perecen. Por supuesto que ellos son seres que no encajan en ese tiempo, sin embargo sus voces son realmente importantes, pues precisamente gracias a su poesía el caduco canon social comienza a renovarse.

En Mascarilla y trébol (1938), Ya en el mismo año su muerte, la poeta escribe versos con una estética mucho más compleja en la forma; sin embargo sigue cantando a la muerte, igual que cuando era apenas una joven. Así, en Ultrateléfono habla con Horacio Quiroga y con su padre, en un diálogo de ultratumba que tiene mucho de presagio:

Iré a veros muy pronto; recibidme
con aquel sapo que maté en la quinta
de San Juan ¡Pobre sapo! Y a pedradas.
(Storni, 1968, p. 377).


Innegable el hecho de que la muerte es, en los versos de Alfonsina Storni,  un modo de liberación; la liberación de esta vida caótica y dura, en la que sólo encuentra pesares. Ya en el declive de su vida la poeta no deja de pensar en la hora de su muerte, por supuesto que no la teme, la encaró en muchos de sus versos, persiguiéndola, anhelándola, tendiéndole la mano e invitándola, como buena amiga para que se la llevara consigo al viaje por el eterno sueño, y qué mejor camino que la ruta del mar.

Finalmente, es un poco complejo analizar la temática de la muerte y saber hasta qué punto la vida de Alfonsina Storni, sus pesares y sus anhelos, sirven como referencia. Yo he preferido no hacer un paralelo con aspectos de su vida, no obstante la creación poética responde en buen grado al estado de ánimo del autor. Por supuesto que, al saber de la inmolación de la poeta, uno como lector encuentra una relación, y el valor de su obra adquiere una relevancia importante. Nostalgia, pues, encontrarme con versos tan hermosos cargados de esperanzas perdidas, tristezas, y pesares que sólo la muerte puede enmendar.  Por eso creo que su último poema, con el que Alfonsina se despide para siempre, debe apagar, como un bello sueño, estas letras que intentaron hilvanar el motivo de la muerte en su poesía.

VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...


Bibliografía

·         Chichero, María (1950). Alfonsina Storni, una vida hacia el mar. (Vol 6) colección los trabajos y los días. [en línea] URL: http://books.google.com.co/books?id=tRa8tgAACAAJ&dq=Alfonsina+Storni,+una+vida+hacia+el+mar&hl=es&sa=X&ei=_n8FUaaPA6nO0wGG8oG4DA&redir_esc=y

·         Delgado, Josefina (2001). Alfonsina Storni: Una biografía esencial. Buenos Aires: Editorial Planeta.

·         Etchenique, Nira (1958). Alfonsina Storni. Buenos Aires: Editorial Mandrágora.

·         Morin, Edgar (2007). El hombre y la muerte. (5ª edición) Barcelona: Kairós S.A.

·         Storni, A (1968). Obras completas de Alfonsina Storni. (Vol 1) Argentina: Sociedad Editora Latino Americana.

·         Triviño, Consuelo (2000). Pompeu Gener y el modernismo. Madrid: Editorial Verbum.

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