domingo, 27 de enero de 2013

Ensayo sobre un cuento de Julio Ramón Ribeyro



DISCRIMINACIÓN RACIAL EN
“LA PIEL DE INDIO NO CUESTA CARO”

Por: Miguel Ángel Pérez


Nadie nace odiando a otra persona por el
color de su piel, o su origen, o su religión.
 Nelson Mandela


Para comenzar, baste decir que las razas en términos biológicos y antropológicos no existen; que haya diferencias en los rasgos físicos de los humanos, ya es otro cuento. No obstante, el problema radica en que las clases dominantes han querido dar explicaciones pseudocientíficas a estas diferencias para así satisfacer su afán absolutista. Dice Alberto Flores (1994) que: “por racismo entendemos algo más que el menosprecio y la marginación: entendemos un discurso ideológico que fundamenta la dominación social teniendo como uno de sus ejes la supuesta existencia de las razas y la relación jerárquica” (p.260). Con este discurso es que el Occidente blanco conquista América para cometer los más atroces genocidios, a fin de extraer el metal preciado. Y qué mejor modo de obtener la obediencia necesaria, por parte de los indígenas, que a través del evangelio; así lo entendió Alejando VI al emitir sus bulas papales concediendo, a los reyes católicos, evangelizarlos.

Y así fue que sucedió. Los españoles trajeron la religión de los esclavos y de los oprimidos para apoderase de las tierras americanas. En un principio a los indígenas les pareció risible la nueva mitología transatlántica, pero pronto aprendieron con el rigor de las armas de fuego la “verdadera” fe. De este modo, en un mundo nuevo, irreconocible para ellos, donde confluían ahora varias etnias, se vieron desplazados de sus tierras, de sus pertenencias y hasta de su identidad.

 ¿Y los afroamericanos? No hay que olvidarse de ellos. Importados de África, vendidos como esclavos, les tocó la peor situación en la jerarquía de razas. Según un observador del siglo XVII “los negros, en color y en condición, son poco más que demonios reencarnados» (Jordan, 1968, citado en Giddens, 2000, p. 12). Así que se les veía con miedo y desdén por su color oscuro que simbolizaba, para la caldeada mentalidad europea, lo demoníaco. Pero eso sí, como mostraban una gran capacidad física, no les fue difícil emplearlos para los trabajos más duros y degradantes.

En la época de la independencia la situación no mejora para estas dos etnias esclavizadas. Si bien en la revolución hubo apoyo de la masa indígena, no se incluyeron ni incorporaron propuestas para su ascenso social. Por el contrario, la revolución la promovieron los criollos, que no sólo no tocaron el problema del latifundio como manifiesta José Carlos Mariátegui sino que la abolición de la esclavitud no pasó de ser una declaración teórica, y así: “la República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras” (Mariátegui, 1979, p. 28). ¿Y qué les quedó a estas tribus que esencialmente eran agrarias? La religión. Ello produjo un aletargamiento de la etnia indígena que se volvió sumisa y débil. Esta situación demarcó el devenir del indígena, al que se le cerraron las puertas del ascenso social y se le marginó completamente, ignorando sus derechos salariales y dignidad.


A mediados del siglo XX el campesino[1] no soporta más esa situación de miseria y buscando nuevas oportunidades se desplaza a la ciudad, una vez allí encontrará más trabajo y servidumbre. Mariátegui explica, citando al doctor Villarán, que: “el indio siervo produjo al rico ocioso y dilapidador” (p. 72); por ende es que se arraiga la idea, entre las gentes urbanas, que trabajar es deshonroso y que los trabajos “degradantes” solo los realizan los negros y los indígenas.

Esa es, pues, la situación en la que se encuentra Pancho, el muchacho de catorce años que trágicamente muere en el cuento, “La piel de indio no cuesta caro”, de Ribeyro. Y qué interesante, entonces, analizar cómo se presenta esa discriminación de la que es objeto Pancho, en una sociedad que ha desdeñado al indio y al afroamericano desde la época de la colonia, fomentando su ignorancia y a la vez su servilismo. Esta realidad social es representada partiendo de las observaciones que el autor hace de su entorno. Así habla Ribeyro (2009) sobre sus cuentos, que son un “…reflejo del mundo que me tocó vivir, en especial el de mi infancia y juventud, que intenté captar y representar en lo que a mi juicio, y de acuerdo a mi propia sensibilidad lo merecía” (p. 10). ¡Y sí que vale representar esa realidad! Pero también vale la pena ser analizada, como se lo propone este trabajo.

Ahora bien, después de un esbozo general de lo que es el racismo en Latinoamérica y su vertiente en la esclavitud colonial y la posterior discriminación en la República, es momento de entrar en materia hablando sobre la trama del cuento para posteriormente analizar su contenido.
Pancho es un indio de 14 años que hace tareas varias en la casa de Miguel y Dora, una pareja burguesa que vive en un club cercano a Lima. Miguel es arquitecto y consigue los contratos gracias a que el tío de Dora es el presidente del club. A la muerte de su protegido, Pancho, por un error de instalación eléctrica, Miguel decide avisar a sus familiares del deceso, pero será tarde cuando se dé cuenta que el problema ha sido solucionado al repararse los errores de instalación y modificarse el parte médico y policial. Finalmente el presidente hace una colecta arguyendo se entregue a la familia de pancho, para los arreglos funerarios, (pero que, en realidad, puede representar un soborno para Miguel). Y así termina el cuento, entre la tentativa de Miguel por denunciar la falla, y la maquinaria burocrática que encubre los hechos y le pone fin a los deseos altruistas del arquitecto.

Para Peter Elmore es significativa la profesión de Miguel, puesto que es la misma disciplina de Fernando Belaúnde Terry, que por ser un trabajo animador de “Acción Popular”, un partido que en los 60 promovía un populismo reformista y desarrollista (92); es posible, entonces, observar que en el cuento no existe una opresión evidente contra Pancho, pues la trama no opone a un señor de horca y cuchillo contra un siervo indefenso, sino que allí se halla, más bien, un arquitecto de ideas liberales que busca educar a su protegido. Así habla Miguel a su esposa: “en Lima lo mandaremos a una escuela nocturna. Algo podemos hacer por este muchacho. Me cae simpático” (Ribeyro, 2009, p. 232). No obstante a Dora, que no le importa la suerte del muchacho, cambia de tema y responde “me caigo de sueño”.

¿Pero, si no existe una opresión evidente contra el indio, cómo se configura la discriminación en el cuento? Bueno, si bien Miguel es un filántropo que intenta ayudar a Pancho, es claro observar en los diálogos de él y de su esposa todos los matices de la discriminación. Para empezar, no se le concede a Pancho la libertad de elegir: “¿piensas quedarte con él?”, pregunta Dora al arquitecto ¡como si Pancho fuese un objeto! Pero un objeto al que se le confieren responsabilidades: “¡y fíjate bien que estos muchachos no hagan barbaridades!”, le grita Miguel, concediéndole el permiso para que suba al cerro. Y cuando él no está, ¿quién atiende a la señora? De casualidad ella se da cuenta de la ausencia de Pancho y pregunta por su paradero y Miguel le responde: “¡En el cerro!... ¿necesitas algo?”; que no se note su clara condición de sirviente de la casa. ¿Y será que recibe alguna paga? Es probable que no, basta con la ración de comida que recibe y un techo donde pasar las noches. Hasta aquí, si no se supiera que se está hablando de un indio cualquiera diría que se trata de un perro. Un perro que se piensa educar; un perro que va a jugar con los niños, pero que debe velar por su seguridad; un perro que muestra lo que ha aprendido por repetición, un perro, un perro, un perro… “mi muchacho” le dice Miguel.

Es obvio, entonces, no advertir que a Pancho se le trata como un ser inferior, basta que “una fracción significativa de la población crea que las razas existen para que esta convicción establecida en la intersubjetividad social tenga profundas implicaciones en la realidad (Manrique, 1999, p.2). Es por ello que para el presidente la muerte del muchacho significa poco más que la muerte de una cucaracha, (por poner un ejemplo de uno de los seres que más se desprecia), ello se observa en la reacción de indiferencia cuando manifiesta “Imagínate que Mariella o que Víctor hubieran cogido el alambre!” (Ribeyro, 2009, p. 237). ¡Menos mal que fue el indio!

Para este rico burócrata el único problema que encuentra en el deceso del indio son los testigos, a lo que miguel responde que es el único, es decir, que está dispuesto a declarar la verdad. No obstante para el tío de Dora no es difícil encubrir el accidente, lo cual constituye una infamia para Miguel. Eso sí, la partida siempre estaría ganada para el presidente, así le tocara acudir a un estrado; pero lo mejor era evitarse esos problemas que mancharían en nombre del club y acabar con las pruebas, si Miguel se empeñaba tanto en acudir a los familiares. Tan rápido y tan bajo fue el costo de la resolución del problema que, sin duda, hace que el lector repita maquinalmente al finalizar el cuento: es verdad ¡La piel de indio no cuesta caro!

Es evidente que Ribeyro intenta con esta narrativa mover el sentimiento del lector que, por otro lado, siente la necesidad, pero la impotencia, de ser la voz del oprimido, y reaccionar ante la indolencia de los personajes. Y es que provoca sacudir a la esposa de Miguel que ni siquiera se inmuta ante las quemaduras del pequeño, atendiendo solamente a la apariencia de su esposo: “Estás todo despeinado. Deberías lavarte la cara”. (Ribeyro, 2009, p. 236). Ver a Pancho como un ente carente de esencia es ya una forma de discriminación racial, no tiene que haber agresiones físicas o verbales para que se configure el racismo, pues como dice María Milagros (2004): “El racismo en nuestro contexto es moderado, o más bien, disimulado (p.17).

Son precisamente ese tipo de actitudes las que reflejan a la sociedad limeña de mediados del siglo XX, una sociedad con un legado colonial que menosprecia al hombre de color. Es por ello que “Ribeyro quería dar testimonio de situaciones históricas concretas y de actitudes colectivas de su país: aparición de las “barriadas” limeñas, masiva migración interna, discriminación racial…” (Oviedo, 1996, p. 83); que por otro lado, no la representa tan solo en un cuento. La problemática de la discriminación racial también es puesta en escena en “De color modesto”, cuyo terreno común con “La piel de indio no cuesta caro” “es el examen de los modos en los cuales el racismo negocia, vicia y moldea los vínculos humanos en una sociedad que es, al mismo tiempo, vastamente heterogénea y agudamente vertical (Elmore, 2002, p. 91). Por ello, tanto Miguel como Alfredo están destinados a fracasar; mientras intentan transgredir los moldes de una sociedad racista, sus experiencias fallan y se dan cuenta de la impotencia de luchar en contra de la corriente. Lo que ocurre también con Roberto, el zambo del cuento “Alienación”, que tras un proceso de “blanqueamiento” se va para estados Unidos y perece en Corea, en una guerra que no le compete en absoluto.

Lo que manifiesta Ribeyro en estos cuentos es que el prejuicio racial sigue a flor de piel; pero, es gracioso el asunto ya que un gran porcentaje de la sociedad limeña es mestiza. El desprecio va mientras más moreno se es, ¿Y qué es la sociedad limeña? Dice Manuel Prada (1964): “unas cuantas lechigadas de negroides, choloides y epifanios, que se creen grandes personajes y figuras muy decorativas porque los domingos salen a recorrer la población ostentando sombreros de copa, levitas negras y bastones con puño de oro” (p. 134). Y si no, que lo diga el presidente del club que se jacta de tener a la gente de “sociedad” en la fiesta: “Además no se podrán quejar del elemento que he reunido en torno mío. Toda gente chic de posición de influencia”. (Ribeyro, 2009, p. 233). ¡Claro! Una sociedad burguesa que menosprecia al indio, pero que se menosprecia a sí misma porque niega sus orígenes. Una sociedad que se vanagloria de su árbol genealógico, tratando de buscar entre sus parientes lejanos algún bribón matarife, de esos que sacaron de las cárceles españolas para formar los ejércitos de dominación en América; porque eso sí, vinieron asesinos, prostitutas y curas a matar y dominar. ¿Y qué le quedó a Latinoamérica? Un legado de jerarquías de castas.

Ese legado aún sigue vigente, aunque la gente piensa que se ha eludido en gran parte el problema. No obstante aún existe el prejuicio racial; de este modo los niños prefieren las muñecas blancas y no las negras, o la gente grita INDIO a los que no tienen “buenos” modales. Creen, aún, que no son racistas y dicen que las palomas blancas son de la paz; dicen que no son racistas pero prefieren a un Jesús blanco, porque el negro ha sido una malsana invención.

Por eso debe ser la literatura la que ponga de manifiesto los problemas que nos aquejan: la amnesia histórica, la mojigatería. Y qué modo magistral en que Ribeyro logra resaltar estos problemas sin acudir al tono panfletario. ¡Despierta Latinoamérica! Dice Ribeyro, y pone en escena a un hombre que busca no dejar en la impunidad un error fatal. ¡Despierta Latinoamérica! Y habla Ribeyro con La palabra del mudo, que adquiere una carga simbólica trascendental al indicar que es la voz de los que no tienen voz. ¡Despierta Latinoamérica! Y suspira Miguel al final del cuento. Pudo haber perdido la batalla contra esa maquinaria burocrática, pero valió la pena intentarlo. Ahora una masa de lectores es consciente de que si no quiere racismo debe aprender a no juzgar al otro por el color de su piel  ni sus costumbres. Qué dañino ha sido ese estigma hereditario para nuestra América.



 Bibliografía

Elmore, Peter (2002). El perfil de la palabra, la obra de Julio Ramón Ribeyro. Lima: Fondo de Cultura Económica.

Flores, Alberto (1994).  Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes. Lima. Horizonte.

Giddens, Anthony (2000). “Etnicidad y Raza”. En: Sociología. Capítulo 9, ( pp. 277-315). (3ª ed). Madrid: Alianza Editorial.  (En línea) URL:
http://www.cholonautas. edu.pe/modulo/upload/Giddens%20cap9.pdf

Gonzalez, Manuel (1964). “Nuestra aristocracia”. En: Horas de lucha. Lima: Ediciones Futuro.

Manrique, Nelson. “Algunas reflexiones sobre el colonialismo, el racismo y la cuestión nacional”. En: La piel y la pluma. (En línea) URL:

Mariátegui, José (1979) 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Venezuela: Biblioteca Ayacucho.

Oviedo, José Miguel (1996). “La lección de Ribeyro”. En: Asedios a Julio Ramón Ribeyro. César Ferreira e Ismael Márquez (eds). Lima: PUCP. (pp 81, 86).

Ribeyro, Julio (2009). La palabra del mudo. (Tomo I). Barcelona: Seix Barral.




[1] “Con el ocaso de la aristocracia indígena colonial, indio y campesino fueron sinónimos; posteriormente ambos términos serían equivalentes a salvajes, todo lo opuesto a civilización y mundo occidental” (Flores, 1994, p. 257)

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