DISCRIMINACIÓN
RACIAL EN
“LA
PIEL DE INDIO NO CUESTA CARO”
Por: Miguel Ángel Pérez
Nadie
nace odiando a otra persona por el
color
de su piel, o su origen, o su religión.
Nelson Mandela
Para
comenzar, baste decir que las razas en términos biológicos y antropológicos no existen;
que haya diferencias en los rasgos físicos de los humanos, ya es otro cuento. No
obstante, el problema radica en que las clases dominantes han querido dar
explicaciones pseudocientíficas a estas diferencias para así satisfacer su afán
absolutista. Dice Alberto Flores (1994) que: “por racismo entendemos algo más
que el menosprecio y la marginación: entendemos un discurso ideológico que
fundamenta la dominación social teniendo como uno de sus ejes la supuesta
existencia de las razas y la relación jerárquica” (p.260). Con este discurso es
que el Occidente blanco conquista América para cometer los más atroces
genocidios, a fin de extraer el metal preciado. Y qué mejor modo de obtener la
obediencia necesaria, por parte de los indígenas, que a través del evangelio;
así lo entendió Alejando VI al emitir sus bulas papales concediendo, a los
reyes católicos, evangelizarlos.
Y
así fue que sucedió. Los españoles trajeron la religión de los esclavos y de
los oprimidos para apoderase de las tierras americanas. En un principio a los
indígenas les pareció risible la nueva mitología transatlántica, pero pronto
aprendieron con el rigor de las armas de fuego la “verdadera” fe. De este modo,
en un mundo nuevo, irreconocible para ellos, donde confluían ahora varias
etnias, se vieron desplazados de sus tierras, de sus pertenencias y hasta de su
identidad.
¿Y los afroamericanos? No hay que olvidarse de
ellos. Importados de África, vendidos como esclavos, les tocó la peor situación
en la jerarquía de razas. Según un observador del siglo XVII “los negros, en
color y en condición, son poco más que demonios reencarnados» (Jordan, 1968,
citado en Giddens, 2000, p. 12). Así que se les veía con miedo y desdén por su
color oscuro que simbolizaba, para la caldeada mentalidad europea, lo demoníaco.
Pero eso sí, como mostraban una gran capacidad física, no les fue difícil emplearlos
para los trabajos más duros y degradantes.
En
la época de la independencia la situación no mejora para estas dos etnias
esclavizadas. Si bien en la revolución hubo apoyo de la masa indígena, no se
incluyeron ni incorporaron propuestas para su ascenso social. Por el contrario,
la revolución la promovieron los criollos, que no sólo no tocaron el problema
del latifundio como manifiesta José Carlos Mariátegui sino que la abolición de
la esclavitud no pasó de ser una declaración teórica, y así: “la República ha
significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha
apropiado sistemáticamente de sus tierras” (Mariátegui, 1979, p. 28). ¿Y qué
les quedó a estas tribus que esencialmente eran agrarias? La religión. Ello produjo
un aletargamiento de la etnia indígena que se volvió sumisa y débil. Esta
situación demarcó el devenir del indígena, al que se le cerraron las puertas
del ascenso social y se le marginó completamente, ignorando sus derechos
salariales y dignidad.
A
mediados del siglo XX el campesino[1] no
soporta más esa situación de miseria y buscando nuevas oportunidades se
desplaza a la ciudad, una vez allí encontrará más trabajo y servidumbre. Mariátegui
explica, citando al doctor Villarán, que: “el indio siervo produjo al rico
ocioso y dilapidador” (p. 72); por ende es que se arraiga la idea, entre las
gentes urbanas, que trabajar es deshonroso y que los trabajos “degradantes”
solo los realizan los negros y los indígenas.
Esa
es, pues, la situación en la que se encuentra Pancho, el muchacho de catorce
años que trágicamente muere en el cuento, “La piel de indio no cuesta caro”, de
Ribeyro. Y qué interesante, entonces, analizar cómo se presenta esa
discriminación de la que es objeto Pancho, en una sociedad que ha desdeñado al
indio y al afroamericano desde la época de la colonia, fomentando su ignorancia
y a la vez su servilismo. Esta realidad social es representada partiendo de las
observaciones que el autor hace de su entorno. Así habla Ribeyro (2009) sobre
sus cuentos, que son un “…reflejo del mundo que me tocó vivir, en especial el
de mi infancia y juventud, que intenté captar y representar en lo que a mi
juicio, y de acuerdo a mi propia sensibilidad lo merecía” (p. 10). ¡Y sí que
vale representar esa realidad! Pero también vale la pena ser analizada, como se
lo propone este trabajo.
Ahora
bien, después de un esbozo general de lo que es el racismo en Latinoamérica y
su vertiente en la esclavitud colonial y la posterior discriminación en la República,
es momento de entrar en materia hablando sobre la trama del cuento para
posteriormente analizar su contenido.
Pancho
es un indio de 14 años que hace tareas varias en la casa de Miguel y Dora, una
pareja burguesa que vive en un club cercano a Lima. Miguel es arquitecto y
consigue los contratos gracias a que el tío de Dora es el presidente del club. A
la muerte de su protegido, Pancho, por un error de instalación eléctrica,
Miguel decide avisar a sus familiares del deceso, pero será tarde cuando se dé
cuenta que el problema ha sido solucionado al repararse los errores de
instalación y modificarse el parte médico y policial. Finalmente el presidente
hace una colecta arguyendo se entregue a la familia de pancho, para los
arreglos funerarios, (pero que, en realidad, puede representar un soborno para
Miguel). Y así termina el cuento, entre la tentativa de Miguel por denunciar la
falla, y la maquinaria burocrática que encubre los hechos y le pone fin a los
deseos altruistas del arquitecto.
Para
Peter Elmore es significativa la profesión de Miguel, puesto que es la misma
disciplina de Fernando Belaúnde Terry, que por ser un trabajo animador de “Acción
Popular”, un partido que en los 60 promovía un populismo reformista y
desarrollista (92); es posible, entonces, observar que en el cuento no existe
una opresión evidente contra Pancho, pues la trama no opone a un señor de horca
y cuchillo contra un siervo indefenso, sino que allí se halla, más bien, un
arquitecto de ideas liberales que busca educar a su protegido. Así habla Miguel
a su esposa: “en Lima lo mandaremos a una escuela nocturna. Algo podemos hacer
por este muchacho. Me cae simpático” (Ribeyro, 2009, p. 232). No obstante a
Dora, que no le importa la suerte del muchacho, cambia de tema y responde “me
caigo de sueño”.
¿Pero,
si no existe una opresión evidente contra el indio, cómo se configura la discriminación
en el cuento? Bueno, si bien Miguel es un filántropo que intenta ayudar a Pancho,
es claro observar en los diálogos de él y de su esposa todos los matices de la
discriminación. Para empezar, no se le concede a Pancho la libertad de elegir: “¿piensas
quedarte con él?”, pregunta Dora al arquitecto ¡como si Pancho fuese un objeto!
Pero un objeto al que se le confieren responsabilidades: “¡y fíjate bien que
estos muchachos no hagan barbaridades!”, le grita Miguel, concediéndole el
permiso para que suba al cerro. Y cuando él no está, ¿quién atiende a la
señora? De casualidad ella se da cuenta de la ausencia de Pancho y pregunta por
su paradero y Miguel le responde: “¡En el cerro!... ¿necesitas algo?”; que no
se note su clara condición de sirviente de la casa. ¿Y será que recibe alguna
paga? Es probable que no, basta con la ración de comida que recibe y un techo
donde pasar las noches. Hasta aquí, si no se supiera que se está hablando de un
indio cualquiera diría que se trata de un perro. Un perro que se piensa educar;
un perro que va a jugar con los niños, pero que debe velar por su seguridad; un
perro que muestra lo que ha aprendido por repetición, un perro, un perro, un
perro… “mi muchacho” le dice Miguel.
Es
obvio, entonces, no advertir que a Pancho se le trata como un ser inferior,
basta que “una fracción significativa de la población crea que las razas
existen para que esta convicción establecida en la intersubjetividad social
tenga profundas implicaciones en la realidad (Manrique, 1999, p.2). Es por ello
que para el presidente la muerte del muchacho significa poco más que la muerte
de una cucaracha, (por poner un ejemplo de uno de los seres que más se
desprecia), ello se observa en la reacción de indiferencia cuando manifiesta “Imagínate
que Mariella o que Víctor hubieran cogido el alambre!” (Ribeyro, 2009, p. 237).
¡Menos mal que fue el indio!
Para
este rico burócrata el único problema que encuentra en el deceso del indio son
los testigos, a lo que miguel responde que es el único, es decir, que está
dispuesto a declarar la verdad. No obstante para el tío de Dora no es difícil
encubrir el accidente, lo cual constituye una infamia para Miguel. Eso sí, la
partida siempre estaría ganada para el presidente, así le tocara acudir a un
estrado; pero lo mejor era evitarse esos problemas que mancharían en nombre del
club y acabar con las pruebas, si Miguel se empeñaba tanto en acudir a los
familiares. Tan rápido y tan bajo fue el costo de la resolución del problema
que, sin duda, hace que el lector repita maquinalmente al finalizar el cuento:
es verdad ¡La piel de indio no cuesta caro!
Es
evidente que Ribeyro intenta con esta narrativa mover el sentimiento del lector
que, por otro lado, siente la necesidad, pero la impotencia, de ser la voz del
oprimido, y reaccionar ante la indolencia de los personajes. Y es que provoca sacudir
a la esposa de Miguel que ni siquiera se inmuta ante las quemaduras del
pequeño, atendiendo solamente a la apariencia de su esposo: “Estás todo
despeinado. Deberías lavarte la cara”. (Ribeyro, 2009, p. 236). Ver a Pancho
como un ente carente de esencia es ya una forma de discriminación racial, no
tiene que haber agresiones físicas o verbales para que se configure el racismo,
pues como dice María Milagros (2004): “El racismo en nuestro contexto es moderado,
o más bien, disimulado (p.17).
Son
precisamente ese tipo de actitudes las que reflejan a la sociedad limeña de mediados
del siglo XX, una sociedad con un legado colonial que menosprecia al hombre de
color. Es por ello que “Ribeyro quería dar testimonio de situaciones históricas
concretas y de actitudes colectivas de su país: aparición de las “barriadas”
limeñas, masiva migración interna, discriminación racial…” (Oviedo, 1996, p. 83);
que por otro lado, no la representa tan solo en un cuento. La problemática de
la discriminación racial también es puesta en escena en “De color modesto”, cuyo
terreno común con “La piel de indio no cuesta caro” “es el examen de los modos
en los cuales el racismo negocia, vicia y moldea los vínculos humanos en una
sociedad que es, al mismo tiempo, vastamente heterogénea y agudamente vertical
(Elmore, 2002, p. 91). Por ello, tanto Miguel como Alfredo están destinados a
fracasar; mientras intentan transgredir los moldes de una sociedad racista, sus
experiencias fallan y se dan cuenta de la impotencia de luchar en contra de la
corriente. Lo que ocurre también con Roberto, el zambo del cuento “Alienación”,
que tras un proceso de “blanqueamiento” se va para estados Unidos y perece en
Corea, en una guerra que no le compete en absoluto.
Lo
que manifiesta Ribeyro en estos cuentos es que el prejuicio racial sigue a flor
de piel; pero, es gracioso el asunto ya que un gran porcentaje de la sociedad
limeña es mestiza. El desprecio va mientras más moreno se es, ¿Y qué es la
sociedad limeña? Dice Manuel Prada (1964): “unas cuantas lechigadas de
negroides, choloides y epifanios, que se creen grandes personajes y figuras muy
decorativas porque los domingos salen a recorrer la población ostentando
sombreros de copa, levitas negras y bastones con puño de oro” (p. 134). Y si no,
que lo diga el presidente del club que se jacta de tener a la gente de “sociedad”
en la fiesta: “Además no se podrán quejar del elemento que he reunido en torno
mío. Toda gente chic de posición de influencia”. (Ribeyro, 2009, p. 233). ¡Claro!
Una sociedad burguesa que menosprecia al indio, pero que se menosprecia a sí
misma porque niega sus orígenes. Una sociedad que se vanagloria de su árbol
genealógico, tratando de buscar entre sus parientes lejanos algún bribón
matarife, de esos que sacaron de las cárceles españolas para formar los
ejércitos de dominación en América; porque eso sí, vinieron asesinos,
prostitutas y curas a matar y dominar. ¿Y qué le quedó a Latinoamérica? Un
legado de jerarquías de castas.
Ese
legado aún sigue vigente, aunque la gente piensa que se ha eludido en gran parte
el problema. No obstante aún existe el prejuicio racial; de este modo los niños
prefieren las muñecas blancas y no las negras, o la gente grita INDIO a los
que no tienen “buenos” modales. Creen, aún, que no son racistas y dicen que las
palomas blancas son de la paz; dicen que no son racistas pero prefieren a un
Jesús blanco, porque el negro ha sido una malsana invención.
Por
eso debe ser la literatura la que ponga de manifiesto los problemas que nos
aquejan: la amnesia histórica, la mojigatería. Y qué modo magistral en que Ribeyro
logra resaltar estos problemas sin acudir al tono panfletario. ¡Despierta
Latinoamérica! Dice Ribeyro, y pone en escena a un hombre que busca no dejar en
la impunidad un error fatal. ¡Despierta Latinoamérica! Y habla Ribeyro con La palabra del mudo, que adquiere una
carga simbólica trascendental al indicar que es la voz de los que no tienen
voz. ¡Despierta Latinoamérica! Y suspira Miguel al final del cuento. Pudo haber
perdido la batalla contra esa maquinaria burocrática, pero valió la pena
intentarlo. Ahora una masa de lectores es consciente de que si no quiere racismo
debe aprender a no juzgar al otro por el color de su piel ni sus costumbres. Qué dañino ha sido ese estigma
hereditario para nuestra América.
Bibliografía
Elmore,
Peter (2002). El perfil de la palabra, la
obra de Julio Ramón Ribeyro. Lima: Fondo de Cultura Económica.
Flores,
Alberto (1994). Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes. Lima. Horizonte.
Giddens, Anthony (2000). “Etnicidad y Raza”. En: Sociología. Capítulo 9, ( pp. 277-315).
(3ª ed). Madrid: Alianza Editorial. (En
línea) URL:
http://www.cholonautas.
edu.pe/modulo/upload/Giddens%20cap9.pdf
Gonzalez, Manuel (1964). “Nuestra aristocracia”. En: Horas de lucha. Lima: Ediciones Futuro.
Manrique, Nelson. “Algunas reflexiones sobre
el colonialismo, el racismo y la cuestión nacional”. En: La piel y la pluma. (En línea) URL:
Mariátegui,
José (1979) 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Venezuela:
Biblioteca Ayacucho.
Oviedo,
José Miguel (1996). “La lección de Ribeyro”. En: Asedios a Julio Ramón Ribeyro. César Ferreira e Ismael Márquez
(eds). Lima: PUCP. (pp 81, 86).
Ribeyro,
Julio (2009). La palabra del mudo. (Tomo I). Barcelona: Seix Barral.
[1]
“Con el ocaso de la aristocracia indígena colonial, indio y campesino fueron
sinónimos; posteriormente ambos términos serían equivalentes a salvajes, todo
lo opuesto a civilización y mundo occidental” (Flores, 1994, p. 257)
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