domingo, 10 de marzo de 2013

Jacques Gilard, El debate identitario en la Colombia de los años 40-50


EL DEBATE IDENTITARIO EN LA COLOMBIA DE LOS AÑOS 1940-1950[1]

POR
JACQUES GILLARD
Instituto pluridisciplinario de Estudios sobre América Latina-
Touluse

En 1809 Camilo Torres redacta su Memorial de agravios, considerado como el texto fundador de lo que, en el futuro, sería Colombia. A nombre de los Criollos de la Nueva Granada, afirma en el texto: « Tan españoles somos como los descendientes de don Pelayo[2] ». Unas líneas antes, había tratado de manera expedita la cuestión indígena : « Los naturales conquistados y sujetos al dominio español son muy poco o son nada en comparación de los hijos de europeos[3] ». En cuanto a la población negra, ni una sola palabra y sin embargo, La Nueva Granada independiente, abolirá la esclavitud solamente cuarenta y tres años después. Tampo dice nada sobre la espinosa cuestión del mestizaje. El Memorial de agravios anunciaba muy bien la república de Criollos que Colombia no ha dejado de ser, ese país formal constituido por blancos o reputados como tales, mientras que el país real era y es múltiple : mestizo, pluriétnico y pluricultural.
En Colombia, la contradicción entre el discurso oficial  y la realidad racial y sociocultural ha sido la misma que en los demás paises de la América post independentista. El primer elemento es el Estado que los Criollos construyeron bien que mal para su propio uso. Un Estado que postula la existencia de una nación. La élite dirigente necesita un pueblo para dirigirlo, un pueblo que corresponda a su imagen y que por lo tanto le confiera legitimidad. Como el pueblo real del que puede disponer es indio, mestizo, negro o un poco de todo eso al mismo tiempo; como, en consecuencia, ese pueblo no corresponde a la imagen de la élite, ésta, lo inventa, idealmente compuesto de campesinitos blancos. Ésta será entonces la función delegada a la literatura criollista : forjar dicha representación.
Colombia cuenta con la particularidad de que su élite dirigente ha sabido mantenerse y reproducirse, sin necesidad de adaptarse y sin necesidad de cuestionar sus tópicos fundadores. Las acrobacias del discurso son muy interesantes para observar durante los años 1940-1950. No a causa de la « Violencia »- que, aunque importante, no será objeto en este texto de una atención privilegiada-, sino en razón de la modernización de la sociedad colombiana y del desarrollo de los medios de comunicación. La mutación es rápida y profunda y la « Violencia » es también signo de ésta. Se trata entonces de observar cómo un viejo discurso criollista sobrepasa esta mutación. Mutaciòn que  se produce en el marco de un Estado-nación sin nación, que tiene como único recurso la invocación constante de la existencia de una nacionalidad. No se puede entonces creer en la realidad de una identidad colombiana, sino decir prudentemente que si ésta existe, es incierta, múltiple y cambiante. El discurso oficial, por su parte, proclama la existencia de una  identidad  « nacional », única e inmutable. Dicha identidad es criolla y criollista. ¿Cómo, en estas condiciones,  hablar de esa población con múltiples matices de piel y comportamientos variados ?
Una breve mirada hacia los años 1920 y 1930 nos recuerda que los ingredientes raciales eran, no solamente bien conocidos, sino que además constituían tema de inquietud para numerosos intelectuales y hombres políticos –a menudo los mismos-, tanto entre los liberales como entre los conservadores. Los dos ejemplos mas conocidos son los de Luis López de Mesa y Laureano Gómez. El Indio y el Negro eran considerados como grupos no aptos para el progreso, como cargas u obstáculos para el desarrollo de la vida económica, social y cultural del país. Era clara la preocupación por mejorar la raza. Las huellas inequívocas de esas numerosas manifestaciones de preocupación eugénica, se encuentran en los años 1940 y 1950[4], pero lo mas chocante es la tenacidad de la creencia en una nacionalidad fundamentalmente blanca de piel y europea de cultura. Mientras el país se hundía en la « Violencia » y el partido conservador se declaraba corporatista y falangista y mostraba una buena conciencia claramente racista, es en la prensa liberal –heredera teòricamente de los principios de 1789, pero fiel en realidad a los de 1810- que se puede apreciar mejor la incoherencia del discurso identitario.
Todo se concentra en el concepto y la fórmula de lo nacional. Nunca se define, a penas si se invoca o ilustra de manera desabrida y contradictoria. A veces, con lo que se supone ser a la vez, una base empírica y afectiva, se habla de lo genuino; o bien de manera puramente afectiva y por lo tanto incontestable, cada quien a su manera, hablará de lo nuestro: es evidente que no hay posibilidad para demostrar o analizar. Al buscar aquello que puede condensar las múltiples e inaprehensibles manifestaciones del concepto, podemos notar que lo nacional no está relacionado con el tiempo sino con el espacio; el espíritu de la tierra que desde la eternidad esperaba encarnar históricamente, encarnó en 1810 y por lo tanto no debe ser cuestionado. La historia al no poder deshacer lo que ella misma ha hecho, al no haber engendrado lo nacional, no podrá ni modificarlo, ni abolirlo. Es esta la idea que nunca se expresa con claridad. Concretamente, Colombia es lo que hicieron los Criollos de 1810, es decir lo que piensan los herederos de los padres fundadores; es la autorepresentación y la proyección de la élite de Bogotá, la Atenas suramericana, y mas precisamente la élite de lo que los geógrafos llaman el altiplano cundiboyacense. Los origenes reivindicados por sus miembros se encuentran a la vez en la nobleza española y en el espíritu de Las Luces, su gesta fundadora se encuentra en la historeografía heroica de la Academía pero la justificación  humana invocada es otra: es la clase imaginaria de los campesinos blancos y pequeños propietarios que expresan su felicidad de exististencia rasgando las cuerdas de sus guitarras y entonando tiernos bambucos ; se trata entonces, de la modalidad colombiana del campesino feliz con la  piel irreprochablemente blanca y que es  reivindicada por todos los criollismos.
Veamos brevemente la inconcistencia e incoherencia de esta ilustración. El altiplano central –geográfica y políticamente central- era sobretodo el lugar del latifundio y había allí mas peones mestizos que campesinitos –por lo demás, también mestizos. Corresponde entonces al campesino de Santander, mas blanco, convertirse en símbolo de la nacionalidad[5], hombre de una región que no siendo periférica, tampoco es del todo central. Otro ejemplo : el escritor de Santander, Tomás Vargas Osorio que a finales de los años 30 revitaliza el criollismo con mucha agresividad ; pero se nota que sus modelos predilectos son las viejas familias de los caserios rurales, que sus paisajes son ante todo de tipo europeo (incluso cita a Corot) y que la influencia de Azorín le hace exaltar un universo mas castellano que americano[6]. Con algunos matices, el latifundista de Boyacá, Eduardo Caballero Calderón, propondrá un mundo parecido. La producción mas abundante es la de los narradores de Caldas, otra región situada en la Cordillera central. Adel López Gómez y Antonio Cardona Jaramillo exaltan la colonización conducida por imigrantes de Antioquia a partir de la segunda mitad del último siglo. En total, universos muy contrastados: visión estática de una clase o de una casta, visión mas dinámica del individualismo debastador; múltiples visiones regionales, incluso cantonales; épocas muy limitadas que varían de un autor  a otro. En el momento del balance, lo nacional significa: fragmentos de sociedad, fragmentos de cultura, fragmentos de geografía y de historia, que componen un disfraz de Arlequín presupuesto para representar una nacionalidad compacta y homogénea.
¿Cuál es el lugar que se asigna a los grupos raciales en ese panorama? La pregunta sirve también para interrogar sobre el lugar que se asigna a otras regiones menos centrales o francamente periféricas. Para el Indio, su lugar corresponde a lo anunciado en la propuesta de Camilo Torres en 1809. Se habla muy de vez en cuando de él y es claro que se le conoce muy mal[7]. Por otra parte las publicaciones mas reconocidas y mejor difundidas solo conceden un ínfimo lugar a los primeros trabajos de los etnólogos o de los historiadores como Juan Friede.
Con el caso del Negro, del que Camilo Torres no había hablado, no sucede lo mismo. Primero porque aunque no se le mencione, existe, y luego porque la modernización y la mezcla que ella supone situan al país frente a una realidad; el éxito del disco y de la radio hacen llegar a Bogotá los ritmos coloridos del porro y de la cumbia. La reacción es de rechazo y de anatema: se habla del salvagismo africano y de la animalidad de una cultura que despliega « un acre olor a selva y a sexo[8] » ; se habla de comportamientos que sólo suceden « entre chorlitos y hotentotes[9] ». Dichas exclusiones en nada cambian la realidad, pero el discurso oficial puede así proseguir su bondadoso camino, como si nada sucediese.
El tema del Negro requiere dos breves disgresiones. La primera para señalar que el espíritu criollo tiene también un peso en el pensamiento de buen número de los intelectuales de las regiones mulatas; admiten por una parte que su cultura es morena, pero no que ella deba algo a los Negros que allí viven, ni mucho menos a cualquier aporte africano. Se aferran a la idea de un mestizaje impreciso que ipso facto, legitima, el rechazo de la negritud, pero cuyo fundamento es exhorcizar, poco importa que se haga por vía de una negación mal fundada; incluso mal fundada, esta negación debería operar magicamente[10]. De manera mas general, si la negritud existe, ésta se atribuye a una perniciosa influencia cubana[11]. La segunda disgresión concierne a los mulatos: siguiendo a Luis López de Mesa, se les reconoce una aptitud para el progreso, si se tiene en cuenta que desmpigmentación y progreso van de la mano[12].
Esta alusión a los mulatos nos conduce al otro aspecto fundamental de la sociedad colombiana, el mestizaje. En este sentido se seguía mas o menos la vía marcada por Camilo Torres: se habla aún menos que de los Indios. Se reconoce de vez en cuando, de labios para afuera, que hay habitantes « un poco morenos » pero el sentido de esta afirmación implica el retorno inmediato a la europeización fonciera del país.
En 1943 Armando Solano escribe :

A pesar de que la parte mas extensa del territorio nacional está situada en las tierras cálidas, fue la modalidad de la sierra y la sabana la que modeló el espíritu del país, le ha imbuido su tono de moderación, sus maneras suaves y elusivas, su amor a la quietud contemplativa[13].

Pero es quizás una nota anónima de El Tiempo, la que condensa mejor ese tipo de maniobra. Esta nota del 11 de enero de 1940, bajo el título Una visión de Colombia, agradece a un francés, el « profesor » de la Morandière, por la conferencia elogiosa que acababa de consagrar a Colombia en un instituto parisino. En efecto, dice la nota, los viajeros han, a menudo, denigrado del país…Y da como ejemplos las siguientes afirmaciones : en Boyacá se caza el tigre, hay antropófagos en la Sabana de Bogotá, se encuentran hipopotamos en el río Funza. Se debe notar que esos ejemplos voluntariamente descabellados, se situan en la región central, la misma que concetra el poder desde la época del Nuevo Reino de Granada y a la que sólo le interesa concebirse como europea. Se puede admitir que algunos viajeros hayan dicho brutalidades –quizás menos graves-, pero se adivina que mas allá de un gusto quizás excesivo por el exotismo (de hecho ofensivo por la pretención europeizante de Bogotá), muchos habían tenido que elegir hablar de las tensiones sociales, de la violencia política, de la variedad racial y de aquello que aún no se llamaba subdesarrollo. En 1949, Christopher Isherwood debió suscitar la indignación al evocar la malnutrición campesina[14]. En 1954, correspondió a la « comadre » Carmen Teissier, quien en una de sus crónicas de France-Soir, hablaba de los Indios que había visto en Bogotá[15]. Por el contario, en 1939, el tal profesor francés que, evidentemente, solo había visto lo que le habían querido mostrar dice:

…que Colombia es un país en donde se puede viajar en ferrocarril, en automovil o en aeroplano ; que sus habitantes, a pesar de ser un poco morenos, no se comen a nadie; que hay hoteles, teatros, universidades, conservatorios, estadios, hospitales; que hay una civilización y una cultura que le permiten al hombre llevar una vida independiente, decorosa, humana y hasta confortable; que es un país en donde hay tigres pero disecados en los museos[16].

Claro está, esta nota omite decir que en algunas regiones existen tigres vivos, que las universidades son aún raras y que todo el mundo, por lo demás, no puede llevar una vida verdaderamente humana. Se pone en evidencia « civilización y cultura », los dos rasgos europeos del país según el discurso oficial. En 1941otra nota anónima propondrá la exterminación de los caimanes del río Magdalena; se trata de un asunto de « decoro nacional », puesto que el espéctaculo es « apenas digno del Congo o del gran Nilo, en el corazón del Africa negra[17] ». También aquí se trata de parecer civilizado. El tema de la civilización es obsesivo, y corresponde a la lectura selectiva que el siglo XIX liberal hizo del Facundo de Sarmiento: eliminando lo que había de mas profundamente americano en el libro.
Y, como en todos los discursos criollos de la Independencia y de la post-Independencia, el país es civilizado –se dice- porque sus instituciones lo son. Puesto que el ser del país debe residir en sus instituciones, puesto que el parecer no está en armonía, el parecer está equivocado. Dicho de otra manera, la realidad está equivocada, o por los menos los extranjeros que la ven como no se quiere que la vean. De ahí un elogio encantador que los políticos liberales y sus intelectuales hacen de las instituciones representativas : Colombia, democracia esencial es el título de una nota anónima de El Tiempo en 1941[18]. Del mismo año es otra nota anónima aparecida la víspera de las elecciones legislativas y que habla de « nuestra democracia, un modelo de pulcritud severa y de orden estricto[19] ». De las instituciones se pasa a su espíritu y el país se convierte en modelo de democracia  donde se encarna toda su nobleza, nobleza que corresponde a la de sus hombres políticos. Otra nota anónima de El Tiempo, titulada Caballerosidad en la Cámara[20], evoca una peripecia de la vida parlamentaria y habla de « algo tipicamente caballeroso, colombiano », ve un detalle « hermoso », reconoce a un conservador una « laudable gallardía », afirma que otros dos conservadores son « gallardos también », y termina hablando de « algo noble, conciliador, digno de Colombia ». Se debe recordar que la política colombiana se hacía violentando las urnas, comprando votos, a través de amenazas y por vías de hecho sobre los electores, y que la « Violencia » pronto mostraría a plena luz del día el fondo de las cosas. Mientras tanto, todo debía seguir igual, los discursos y las representaciones, los hechos seguían sin embargo su propia evolución, muy pronto dramática.
En literatura, la elección fue el statu quo, perfectamente ilustrado por los diktats de Tomás Vargas Osorio en la querella del nacionalismo literario en 1941[21] y por los cuentos ruralistas de López Gómez y de Cardona Jaramillo. Autores mas atentos a la vida de las ideas y del arte en el mundo propinían una actitud mas sutil, pero igualmente estática. Sin duda porque se sentían literariamente incapaces para responder al desafío que les tendía la época, pero también porque comprendían que toda forma contemporanea de abordar al hombre y a la sociedad implicaba el cuestionamiento de un statu quo al que estaban apegados y del que sacaban provecho. Así, Jesús Zárate Moreno: escritor de Santander, como Vargas Osorio, y sucesor de éste, propinía en 1944 que la literatura colombiana se inspiraba de los grandes novelistas norteamericanos[22] ; pero, en 1951, denunciando la influencia nefasta de Faulkner, dice que el país no está maduro, que no se debe escribir novela sobre la aventura espacial mientras no se haya terminado con « el hombre que monta burro »[23]. Zárate Moreno había decidido quedarse con el criollismo; no solamante con sus motivos, sino también con su filosofía. Mas estricto, Eduardo Caballero Calderón declaró desde 1945 su desconfianza por los Norteamericanos[24]; sus relatos caóticos deben ser el anuncio de un profundo desconcierto social; no ve en ellos ningún modelo potencial porque su Colombia patriarcal, le parece al abrigo de toda crisis – y estábamos a las puertas de la « Violencia » ! En 1953, después de la peor etapa de la « Violencia », e incluso después del envio de un battallón colombiano a Corea, Caballero Calderón ironizará sobre el existencialismo francés: éste es signo de la maldición de una Europa desgastada y no puede servir de guía para Colombia cuyo cuerpo social es sano y dinámico[25]. En todo este periodo, Germán Arciniegas, no deja de ridiculizar el existencialismo. Para todos, el país correspondía a la imagen de sus instituciones (incluso pisoteadas por la dictadura falangista de Laureano Gómez) y no había nada que revisar. Las Luces siguían brillando en la sociedad colombiana. Era suficiente con mantener el statu quo de los espìritus y de las cosas – o con devolverse una vez la dictadura hubiese desaparecido. Puede sorprender que los herederos de 1810 hayan acordado tanta importancia al folklore en los años 40. Arciniegas en 1942, cuando era ministro de Educación del presidente Eduardo Santos,  lanzó una encuesta folklórica cuyos encargados fueron todos los maestros del país. Marcado por la fe en el progreso, el pensamiento liberal, durante mucho tiempo había ignorado o despreciado el folklore, pero encontró de repente la idea romàntica que veía en éste una creación del genio popular. En esta perspectiva, el folklore puede también ser considerado como portador de las virtudes del pueblo, entre las cuales, la humildad debe figurar en primer rango. La clase dirigente presenta al pueblo un espejo para que se reconozca como tal y reencuentre sus comportamientos de antaño. Por esta vía se intenta actualizar un sistema de dominación. El antaño que se trataba de recuperar correspondía a la época anterior a la « Revolución en marcha », primera presidencia de Alfonso López Pumarejo (1934-1938). Éste había querido acelerar la modernización del país, buscando promover una participación popular creciente. Con López Pumarejo, los mestizos, las masas de piel cobriza o morena, habían irrumpido en la política colombiana, y la ciudadanía había dejado de ser asunto exclusivo de los criollos que la habían detentado hasta entonces.
De hecho, todo el debate de la época sobre la sociedad, la cultura y la identidad colombianas se centra en esta lucha entre la derecha liberal de Santos y el lopismo; lopismo y sus consecuencias, entre las cuales el movimiento gaitanista a partir de 1945. La ascensión de Jorge Eliecer Gaitán está relacionada con el despertar suscitado por López, que precipitará luego  su derrota (renuncia en agosto de 1945, segunda presidencia interrumpida una vez consumado su abandono, y su traición por el ala santista del liberalismo). En 1948, el 9 de abril, Gaitán es aseinado: el « Bogotazo » consecuencia de este asesinato, traduce la explosión de ese pueblo mestizo que Santos había intentado condenar al silencio.
Los intelectuales santistas poseían sobre ello una opinión  bien decidida. Igualmente, Luis López de Mesa. En 1948, y ésto incluso antes del 9 de abril, en lo que concierne a las primeras entregas, publica en El Tiempo una serie de artículos que compila en un volumen al año siguiente : Perspectivas culturales. Afirma allí, que los problemas del país aparecen con la llegada de los mestizos a la vida política y que el ideal sería un retorno a la república de los Criollos. Con mas ingenuidad pero sobre las mismas bases, el cronista Andrés Samper, define el 9 de abril como « lo que verdaderamente no es colombiano »[26].
La tenacidad con la que el santismo busca acabar con la semilla del lopismo presenta facetas muy significativas: éstas no son sorprendentes para quienes han aceptado sin distanciamiento los análisis de intelectuales  oficiales de los últimos años, como Juan Gustavo Cobo Borda en particular. Por ello, se hace necesario, examinar de cerca las crónicas de prensa de los cuentistas de Caldas. Si los relatos de ficción de López Gómez y Cardona Jaramillo dan la impresión  de una fidelidad primaria al mundo del terruño, sus crónicas demuestran que tenían clara conciencia de combatir ideas perniciosas[27]. Y cuando el cronista José Gers se queja por la moda de las músicas negras, no deja de recordar que los Negros aportaron a la política « su roja beligerancia[28] ». Todos esos liberales santistas se acercan a las posiciones del partido conservador: en la prensa conservadora, los caricaturistas tenían por costumbre representar a los partidarios de Gaitán bajo los rasgos de caníbales africanos. El santismo y el conservatismo de tendencia fascista coincidían en parte; mas que nunca, racismo y criollismo iban de la mano.
¿Qué pasaba en ese momento con los discursos contestatarios? La pregunta se impone por la fuerza, no tanto porque ciertos espíritus no dejan de recordar una realidad recalcitrante, si no porque los cambios eran rápidos y suscitaban por ende interrogaciones. Se pueden enumerar un cierto número de actitudes que se agrupan, mas o menos, siguiendo tres criterios fundamentales: la conciencia de la variedad racial y de los aspectos culturales que le son connaturales; la aceptación o los diferentes niveles de rechazo del concepto de lo nacional ; la capacidad para mirar más allá de las fronteras.
Lo que convierte a Jesús Zárate Moreno en contestatario relativo, y sobretodo provisional, es su experiencia del extranjero. Conoce la evolución de las ideas y de las formas en el mundo, sabe ver, o entrever, la multiplicidad del país. Pero cree firmenente en lo nacional y prefiere finalmente el statu quo, no sin cierta dosis de maquiavelismo. Admite que el mundo cambia y que los cambios golpean a la puerta del país, pero, dice en 1950,

… no sería imprudente o inoportuno que se estableciera una cutelosa tarifa de aduana para todas las importaciones que tiendan a dispensarnos la felicidad[29]

Propone entonces para la sociedad la misma actitud de repliegue que termina adoptando en términos de literatura (su elogio y luego su rechazo de la novela  norteamericana). Su única propuesta novedosa es la de poner las culturas periféricas al servicio de lo nacional; sugiere « nacionalizar » la música negra de la Costa, porque sería provechosa para el centro, y mantener las segregaciones existentes (hace una distinción entre lo nacional y lo que lo es « menos »), porque son intangibles a sus ojos[30]. Se trata de una anexión selectiva y muy concientemente expoliadora.
El periodista Próspero Morales Padilla se expresaba en una columna de prensa titulada: El mirador de Próspero: alusión a José Enrique Rodó y signo de elección de un pensamiento que se creía sincero, ambiciosos y abierto. Morales Pradilla tomaba prestado del nacionalismo central la idea según la cual el país debía perdurar en su identidad, lo que constituía de hecho una seria limitante. Pero no hablaba de lo nacional, y en este sentido, se diferenciaba claramente de las tesis impuestas en 1941 por Vargas Osorio. Prefería hablar de lo colombiano y de la labor de colombianismo[31]. Con ello, se nota que orientaba su mirada hacia las regiones excluidas. Rectificando profundamente su idea de preservación, proponía entonces conocer, admitir y mezclar, dicho de otra manera integrar maneras de ser que existían en la periferia, y hasta entonces ignoradas, despreciadas e incluso estigmatizadas. Morales Pradilla no creía que la historia se limitase a la revelación de 1810 y pensaba que se debían buscar vías difrentes. Una de ellas era el llamado a la inmigración, no para blanquear el país, sino para aportarle el dinamismo y las ideas innovadoras que le hacían falta – lo cual significaba un severo reproche a la clase dirigente. Pero Morales Pradilla, siendo uno de los intelectuales mas abiertos del momento (1945-1948), no supo llevar a la práctica el pensamiento contemporáneo. Se plegaba a los límites del país y tendía, sobre manera, a ver todo como una « cordial » confrontación entre una Colombia sobredimensionada y el resto del mundo. Los principios del pensamiento criollo pesaban en él. Después de haber comenzado en El Espectador, pasò a El Tiempo, donde de vez en cuando aportó una nota discordante, aunque inoperante, puesto que había terminado por aceptar el marco de reflexión fijado por el santismo[32].
Antonio Brugés Carmona representa el pensamiento contestatario regional, el de la Costa atlántica, siendo asì un importantísimo precursor de García Márquez, incluso si hoy está completamente olvidado. En los años 30, había empezado a hablar de su región natal, y a partir de 1940 se convirtió en el defensor de la cultura negra y mulata de la Costa. Pero su única ambición consistìa en hacer aceptar el aporte negro en el concepto de lo nacional. Hecho inaceptable a los ojos de los intelectuales nacionalistas del centro, curtidos por el criollismo reactivado por Vargas Osorio, y Brugés Carmona es confinado al rol del simpático insistente que se tolera sin contrariar pero a quien se ha decidido no conceder nunca satisfacción. Creyendo, también a su manera en « lo nacional », Brugés se encierra en un americanismo del terruño. La guerra mundial lo lleva solamente a pensar que la hora de América latina por fin ha llegado[33]y es incapaz de concebir para el continente, para el país y para su región, algo  diferente a la entronización de valores vernáculos limitadamente folklóricos. Elige la ilusión y el callejón sin salida de la autarquía cultural y de esta manera, pierde una fugitiva y prometedora intuición de realismo mágico[34]. Finalmente, en nada hace oscilar la modalidad oficial de « lo nacional » y contribuye incluso a fortalecer la desconfianza con relación a cualquier evolución y a cualquier aporte exterior. No supo ver lo inadmisible.
Manuel Zapata Olivella es un ejemplo muy cercano, a pesar de la diferencia de edad y de su propia orientación ideológica. Negro, comunista y costeño, hizo mucho por el estudio y la difusión del folklore de la Costa atlántica. Sus convicciones de los años 40 y 50, de una rigidez estalinista, lo aislaron en un populismo asustadizo, y por la vía de la ostilidad a toda influencia extranjera, lo llevaron a elegir una forma sui generis de nacionalismo. Se le ve retomar iguales tipos de anatemas a los de Vargas Osorio[35] y cuando, en su defensa del folklore negro, denuncia los « miasmas » del existencialismo[36] coincide con el latifundista liberal Caballero Calderón. No es extraño entonces que sus diatribas populistas sobre el folklore hayan sido acogidas en El Tiempo: esta publicación era prueba suplementaria de su inicuidad. De este tipo de supuesta protesta, el santismo podía no solamente satisfacerse, sino también sacar provecho; sin embargo, no se debe olvidar que las giras folklóricas organizadas por Zapata, en el país y en el extranjero, contribuyeron con el progreso de la idea de una Colombia múltiple[37]. Pero queda claro que todo està decidido desde el momento en que Zapata elige el folklore como caballo de batalla. Su visión populista lo inscribió en la estrategia fijada por Germán Arciniegas en 1942. El intelectual comunista mostraba al pueblo el mismo espejo que El Tiempo: la protesta había quedado desvirtuada desde el comienzo.
El último contestario que se debe citar es el mismo García Márquez. Tenía conciencia de que Colombia era un mozaico y quería que su región, la Costa atlántica (como para Brugés y Zapata), viviera su cultura mulata sin complejos ni limitaciones. No creía en lo nacional y muy pronto había comprendido que se trataba de una trampa de vieja data inventada por la clase dirigente. Y tornaba constantemente su mirada hacia el exterior. De ahí su razonamiento, en el que Colombia andina era tratada como cantidad negligible y en el que el punto de anclaje de su región natal era el caribe entero. Elección radical, que implicaba para el porvenir un esfuerzo prometéico, y que se fundaba en una reflexión histórico-política sutil y en una sagaz observación de los cambios de la época. El suceso improvable a primera vista, llegó, después de todo,  por vía  de las resonancias triunfales del escritor en el exterior. Las posiciones extremas y sarcásticas del joven García Márquez, una vez lograda la celebridad, le permitieron imponer la idea de una Colombia mestiza. En cuanto al realismo mágico de su producción literaria, éste fue una palanca decisiva: después de todo, Bogotá y el país tuvieron que admitir que esa sociedad y esa cultura estaban regidas por algo diferente al espíritu de las Luces. Es bastante, pero al mismo tiempo muy poco, porque la clase dirigente supo recuperar en beneficio propio este aporte que hubiese podido o debido ser decisivo. A partir de ahí se instaura la demagogia del « !todos mestizos ! » Lo esencial no es saber cómo legitimarse, sino seguir siendo el poder legítimo. La élite de siempre sigue cabalgando sobre la cresta de la ola. Durante un tiempo, el macondismo remplazó al criollismo[38].
Es a nivel político que debe buscarse la clave que permita explicar los meandros y movimientos del debate sobre la identidad. La cuestión política había motivado en 1810 el discurso del Criollo Camilo Torres y desde entonces, no había cesado de condicionar el debate.
En 1950, bajo la dictadura de Laureano Gómez, el debate no cesa. Mientras que los líderes falangistas del partido conservador continuaban promoviendo la « Violencia », se esforzaban por construir un sistema corporatista y mantenían sus criterios racistas, el debate se jugaba en el seno del partido liberal ; a grandes rasgos, la división continuaba siendo la que separaba lopistas y santistas pero, con el tiempo y la evolución de los acontecimientos, el conflicto oponía ante todo a partidarios de la lucidez liberadora contra partidarios de la lucidez continuista. Los detentores  de los viejos valores criollos continuaban contribuyendo (Zárate Moreno, Caballero Calderón, incluso Germán Arciniegas), pero el juego los sobrepasa, poco a poco, según los casos, y terminan siendo simplemente payasos. El santismo se actualizaba y confiaba a nuevos espíritus la tarea de formular un programa digno para asegurar su perenidad y adaptarse a la época. Jaime Posada, ex-secreatio privado del ministro Arciniegas, tenía bajo su responsabilidad el suplemento de El Tiempo, en el que habìa reducido al mínimo el espacio acordado a los cuenteros ruralistas de Caldas (López Gómez, Cardona Jaramillo) cuyos motivos empezaban a ser obsoletos. Pero Posada sólo cumplía con un rol de trancisión, ya que sería entre los jóvenes a quienes había abierto las puertas que se encontrarìa la verdadera renovación. Fue el poeta Jorge Gaitán Durán; desde 1949, durante un « congreso de los nuevos intelectuales » reunido por El Tiempo, quien formuló un proyecto que puso en marcha a partir de 1955 en el mensual Mito, revista que se convertirá entonces en suya. El proyecto: mirar el país sin complcencia, utilizar el pensamiento contemporáneo (incluido el existencialismo que otros condenaban), trazar una línea de pensamiento contemporánea para el poder de siempre. De manera muy reveladora, en 1949, Gaitán Durán ataca desde las páginas de El Tiempo la acción que dirigía Jorge Zalamea en su bimensual Crítica, una publicación modesta por sus medios pero grande por su proyecto y grande también por el balance que se puede hacer de su acción – más allá de lo que fue su incontestable fracaso material[39].
Zalamea había sido ministro de López Pumarejo. Quería hacer de su publicación un espacio de debate para todos los intelectuales, un espacio de reflexión sin tabú sobre el país real, una herramienta humanista que permitiera fundar una democracia colombiana. Zalamea y Crítica representaban un riesgo que el santismo no podía dejar desarrollar. De ahí los ataques de Gaitán contra Zalamea, en el momento mismo en que éste era perseguido por el poder conservador. Una vez Zalamea en el exilio, Gaitán Durán podría desarrollar su propia acción con Mito: iba a devolverle al santismo reformulado (en particular con el presidente Lleras Camargo, 1958-1962) la inteligencia que se había perdido en el desgaste progresivo del mito criollo.
No sería útil hablar aquí del papel jugado por el semanario Alternativa en los años 1974-80: la revista reunía a García Márquez y una pléyade de jovenes y brillantes periodistas, escencialmente periodistas de El Tiempo –y en particular a su futuro heredero Enrique Santos Calderón. Se habrá comprendido que la acción de Alternativa, que anexaba de paso a García Márquez, entraba en la estrategia sabiamente concebida por Gaitán Durán con Mito, y antes de Mito, desde 1949. Son estas las razones por las que Colombia se reconoce hoy mestiza. Y son estas las razones por las que nada ha cambiado. Puesto que parecemos parodiar a Molière, podríamos recordar claramente Le Médecin malgré lui y agregar: He aquí las razones por las que la hija muda aún no habla, porque incluso antes de su nacimiento, los padres fundadores le habían usurpado su palabra.









[1] Traducción de Ana Cecilia Ojeda A., profesora titular, Escuela de Idiomas, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia
[2] Camilo Torres, « Memorial de agravios », in : José Luis Romero, Luis Alberto Romero, ed., Pensamiento político de la emancipación, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, T . 1, p. 29
[3] Id, Ibid.
[4] Un ejemplo entre otros : « …en este fenómeno de regreso al campo se distinguen las razas superiores de Antioquía y Santander. »( Ramón Manrique, « punto y coma », « Aracataca », El Heraldo, Barranquilla, 19 de febrero de 1948, p.3)
[5] Armando Solano, « Geografìa literaria de Colombia » (Sábado, Bogotá, n°3, 31 de julio de 1943). « La llanura y la selva » (Sábado, n° 5, 14 de agosto de 1943). « La meseta y el páramo » (Sábado, n°6, 21 de agosto de 1943). « Cartagena de Indias » (Sábado, n°11, 25 de Septiembre 1943). « Bogotá » (Sábado, n°13, 9 de octubre de 1943). « Paipa, mi pueblo » (Sábado, n°21, 4 de diciembre de 1943). « Visión de Santander » (Sábado, n°23, 18 de diciembre de 1943). Muy significativamente Solano escribió en este último trabajo : « Santander tuvo y conserva el privilegio de los pueblos limpio y con dignidad ; de los pueblos de tradición democrática y antiplebeya », el mas importante de los viejos tópicos criollos.
[6] Tomás Vargas Osorio : « Solo en la provincia puede hallarse la verdadera fisionomía de Colombia. Aspecto difrente de nuestras grandes ciudades », El Tiempo, 15 de enero de 1939, segunda sección, p. 1
[7] El ejemplo mas claro es el de Quintín Lame, lider indìgena cuyas acciones violentas  en los años 1910 parecían olvidadas, cuando en 1941, Quintín Lame presenta sus revindicaciones a las autoridades centrales, la prensa y los intelectuales de Bogotá manifiestan un cierto desconcierto y sobretodo muestran una gran indifrencia.
[8] José Gers, « Civilizaciòn de color », Sábado, Bogotá, n°47, «3 de junio de 1944. P. 13. En una columna humorística de El Tiempo, Trivio (no sabemos quien se esconde tras ese seudónimo, que también aparece en Sábado) escribìa también :  « En la orquesta de porros sólo suenan por lo general tres instrumentos : el clarinete, los tambores y el negro de los alaridos » (Trivio, « La dulce música del porro », El Tiempo, Bogotá, 23 de octubre de 1943, p. ?
[9] Bajo las iniciales J .V.G. apareció en el periódico conservador  El Siglo una « Diatriba del porro », que suscitó polémica. Texto reproducido en El Heraldo de Barranquilla (10 de junio de 1947, p. 3)
[10] « La cumbiamba es nativa del litoral atlántico de Colombia, y hasta morena, o mestiza, pero no africana » (Armando Barrameda Morán, « Nuestra cumbiamba », El Heraldo, Barranquilla, 17 de enero de 1949, p . 3)
[11] Fernando Fernández Padilla, Rafael Prins y V., colaboradores de El Heraldo de Barranquilla.
[12] Armando Solano, « Cartagena de Indias », op.cit. Se puede señalar igualmente el siguiente texto de Ramón  Manríque : « …en el cruce biológico que se observa en Colombia, la raza blanca ejerce un preponderante dominio sobre la negra, pues de la unión de una negra con un blanco, o viceversa, resulta un producto muy esclarecido y con apenas la tosquedad de los rasgos de la raza de Caín » (Ramón Manrique, « Punto y coma », « Destino de la raza negra », El Heraldo, Barranquilla, 30 de enero de 1948, p.3)
[13] Armando Solano, « La meseta y el páramo », op.cit.
[14] Nota anónima, « Ciertos viajeros », El Tiempo, Bogotá, 23 de enero de 1950, p.5. El jóven  García Márquez hace una dura crítica de esta nota al día siguiente en su columna « La jirafa » de El Heraldo de Barranquilla.
[15] Solo mencionaremos dos notas anónimas aparecidas en El Espectador de Bogotá, por lo general mejor inspiradas : « Las cosas de la señorita Teissier » (29 de octubre de 1954). Este señalamiento ingenuo de la célebre « comadre » suscitó un clamor colectivo que puso seriamente en peligro la inauguración de acerías de Paz de Río, creadas por técnicos franceses.
[16] Anónimo, « Una visión de Colombia », El Tiempo, Bogotá, 11 de enero de 1940, p.5
[17] Anónimo, « El hermano caimán », El Tiempo, Bogotá, 26 de agosto de 1941, p.5
[18] Anónimo, « Colombia, democracia esencial », El Tiempo, Bogotá, 30 de enero de 1941, p. 5
[19] Anónimo, « Por el prestigio de nuestra cultura », El Tiempo, Bogotá, 16 de marzo de 1941, p. 5
[20] Anónimo, « Caballerosidad en la Cámara », El Tiempo, Bogotá, 30 de octubre de 1940, p. 5
[21] Esta querella se debía al resultado controvertido de un concurso literario organizado por Revista de Indias. Vargas Osorio orquesta en las páginas de El Tiempo una campaña violentamente « antiuniversalista », al escribir fundamentalmente cuatro  notas, firmadas o no, en las entregas del 22 y 24 de mayo , 4 y 19 de julio de 1941.
[22] « La literatura norteamericana  representa el mas importante suceso intelectual que el mundo ha registrado en los últimos años… Hoy se necesita ser completamente ajeno al movimiento cultural para desconocer aquello que los últimos sobrevivientes  del ……pretenden ocultar aún. (Jesús Zárate Moreno, « Literatura norteamericana »,  El Tiempo, Bogotá, 15 de diciembre de 1944, p. 5)
[23] « Nada mas peligroso en la literatura, y en general en el arte, que la alteración indebida de los procesos históricos… América Hispána está ya madura para la novela. Pero para cierto tipo de novela que no se salga de la jurisdicción de las narraciones elementales » (Jesús Zárate Moreno, « Nuevas perspectivas de la novela hispanoamericana », El Tiempo, Bogotá, 8 de abril de 1951, segunda sección, p. 3)
[24] Eduardo Caballero Calderón, « La literatura norteamericana », El Tiempo, Bogotá 8 de julio de 1945, segunda sección, p. 3
[25] Eduardo Caballero Calderón, « El existencialismo francés », El Tiempo, Bogotá, 26 de julio de 1953, segunda sección, p. 1
[26] Andrés Samper,  « La mùsica colombiana », El Espectador, Bogotá, 18 de junio de 1948, p. 4
[27] Cardona Jaramillo denuncia los maleficios de la infiltración « comunista », pero es ante todo el lopismo el blanco de sus acusaciones (« El camarada Esteban », El Tiempo, Bogotá, 15 de enero de 1945, p. 5).  López Gómez se indigna contra ese nuevo gusto por los meetings y las reivindicaciones del gaitanismo (“La aldea perdida”, El Tiempo, Bogotá, 21 de marzo de 1945)
[28] José Gers, op. cit.
[29] Jesús Zárate Moreno, « Una nación entre dos mundos », El Tiempo, 19 de febrero de 1950, Bogotá, segunda secciòn, p.3
[30] Jesús Zárate Moreno, « Aproximación a la música colombiana », El Tiempo, Bogotá, 30 de octubre de 1949, segunda sección, p.1
[31] Se deben citar particularmente las entregas  de « El mirador de Próspero » del 15 de abril, 2 y 27 de agosto, 18 de septiembre y 18 de octubre de 1945, todas en la p.4 de El Espectador de Bogotá.
[32] « El mirador de Próspero » que aparecìí en las ediciones de la semana, presenta menos interés que en los tiempos de El Espectador, a excepción, sin embargo, de algunas entregas importantes en lo que concierne a la crítica literaria. Es la columna dominical « Compás de espera », en el suplemento de El Tiempo, la que aporta las discordancias del pensamiento de Morales Pradilla. Se pueden citar las siguientes entregas : 2 y 30 de abril, 26 de mayo, 25 de junio, 15 de octubre de 1950, 12 de agosto y 9 de septiembre de 1951.
[33] Antonio Brugés Carmona, « La hora de Latinoamérica », El Tiempo, Bogotá, 6 de junio de 1942, p. 5
[34] Antonio Brugés Carmona, « Vida y muerte de Pedro Nolasco Padilla », El Tiempo, Bogotá, 3 de noviembre de 1940, segunda sección, p.2. Se puede leer este texto ,  mezcla de ficción y testimonio, como un antecedente de « Los funerales de la Mama Grande » y de algunos aspectos de Cien años de soledad.
[35] Trata a los intelectuales curiosos por los aportes extranjeros como « sumisos eunucos » (« Experiencia, danzas y folklore », El Tiempo, Bogotá, 26 de octubre de 1952, segunda sección , p.2), como Vargas Osorio había hablado de falta de « resolución viril » con relación a los escritores universalistas (« Mas sobre nacionalismo », El Tiempo, Bogotá, 19 de julio de 1941, p.5).
[36] Manuel Zapata Ollivella, « Experiencias, Danzas y folklore », op.cit.
[37] La primera gira folklórica organizada por Zapata a partir de mayo de 1952 suscita ecos muy positivos  en El Espectador, el cual le consagra un buen número de notas elogiosas.  Es cierto también que el suplemento de El Tiempo, de la misma manera que acordaba mucho espacio a la acción de Zapata, dejaba entrever una cierta reticencia (el artículo de José Raimundo Sojo, « Música de la Costa Atlántica », El Tiempo, Bogotá, 25 de mayo de 1952, segunda sección, p.3). Pero no era de esta reticencia que se quejaba Zapata en su artículo citado anteriormente.
[38] No ubicamos a Alvaro Mútis, entre los contestatarios de los años, 40 y 50. Simplemente porque éste desarrollaba parcimoniosamente su obra poética y participaba sin mayor brillo en la vida intelectual. Fue con el tiempo que pudo verse lo subvercibo e irrecuperable de su obra para la clase dirigente : su actitud de rechazo con relación a la Independencia hace que Mútis sea refractario a cualquier tentativa por incluirlo en el discurso criollo reactivado. Con una distancia de más de cuarenta años, se percibe mejor lo que había de irreductible en él desde el comienzo.
[39] Jorge Gaitán Durán, « Gente que piensa ? », El Tiempo, Bogotá, 11 de septiembre de 1949, segunda sección, p.2  Y « Una nueva conciencia ética », El Tiempo, Bogotá, 25 de septiembre de 1949, segunda sección, p.4

1 comentario:

  1. Considero indispensable incluir la referencia de la publicación original. Gracias.

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