martes, 4 de febrero de 2014

Ensayo sobre La ciudad y los perros


LA DOMINACIÓN EN LA CIUDAD Y LOS PERROS

Por: Miguel Ángel Pérez

A la mayor parte de los que no quieren ser
oprimidos no les disgustaría ser opresores.

Napoleón Bonaparte



Bastaría con echar una relectura a la novela la Ciudad y los perros, para advertir en ella la presencia clara de la dominación de un ser sobre otro: a través de las jerarquías, a través del abuso de autoridad, a través de la sumisión del débil. Un microcosmos más definido, más violento, de lo que es la sociedad en sí. Se habla de dominación como una manifestación concreta del poder, donde un individuo tiene la posibilidad de hacer triunfar su propia voluntad. El ejemplo más claro es el del Jaguar como el opresor y el esclavo como el oprimido. Esta relación amo-sumiso lleva a plantear, finamente, que hay un vínculo de este sentimiento opresor con el legado de la conquista española.

La historia de La ciudad y los perros, escrita por el peruano Mario Vargas Llosa, comienza con el robo de un examen perpetuado por los cuatro cadetes más bravos del año. Sin embargo, el encomendado de realizar la tarea, el serrano Cava, comete un error y los superiores consignan a los imaginarias de la noche del robo. Alberto (el pota) y Ricardo (el esclavo), los dos imaginarias consignados, se comienzan a amistar, y mientras el esclavo le hace al poeta sus confesiones amorosas, éste lo traiciona para salir con Teresa, la chica que Ricardo ama. Finalmente el esclavo se cansa de la consigna y delata al serrano Cava que es vengado por el Jaguar, miembro y líder del círculo. La muerte de Ricardo afecta al poeta que decide delatar al círculo y a sus compañeros y acusa al Jaguar de la muerte de su amigo. Al finalizar la obra, la muerte del esclavo queda en la impunidad. De este modo se completa un ciclo de ultrajes que el autor describe con tal realismo que hace que uno, como lector, sienta los reveses a que son sometidos los personajes. Y finalmente termina por ser un argumento para reflexionar sobre la dignidad humana.

En esta historia, todos los cadetes que entran a primer año en el colegio Militar, Leoncio Prado, comienzan siendo “perros” y deben someterse a todos los vejámenes que les imponen los que están en los cursos superiores: “En el bautizo o iniciación que deben sufrir los alumnos que entran al colegio Leoncio Prado, la voz perro tiene connotaciones de degradación, violencia y machismo. La idea inicial es que un ser humano es lo opuesto a un perro” (Montes, 2011, p. 68). Sin embargo, a partir del primer día de bautizo, los cadetes mallugados por los golpes, se reúnen en el baño para confabular una defensa. Y no es raro que Arróspide, un blanco de familia burguesa, alce su voz primero: “No podemos quedarnos así. Hay que hacer algo” (Vargas, 2002, p. 77). No es raro que un blanco, que no ha estado acostumbrado al sometimiento, sea el que inste a los demás a la lucha. ¿Por qué no un serrano o un negro? La respuesta está relacionada con la Historia y más adelante se verá por qué.

También es gracias al Jaguar que los demás cadetes aprenden a defenderse y a ser precavidos. Y es a partir de las reuniones clandestinas que nace el círculo. Es interesante resaltar, desde ya, el parecido que este primer levantamiento contra la opresión, por parte de esos cadetes, tiene con la historia de la independencia. Así pues, con estas reuniones y las primeras acciones del círculo, los cadetes dejan de ser perros para ser los opresores de los cadetes de los años menores. Y es que el que no se defiende y no se impone por la fuerza termina por ser subyugado: “hay que trompetearse de vez en cuando para hacerse respetar. Si no estarás reventado toda la vida… o comes o te comen”. (Vargas, 2002, p. 36).

La dominación en la obra se configura en la medida en que los cadetes, ya libres de la opresión de los más grandes, cuando están en quinto año, hacen y deshacen cuanto les place en el colegio: entran licor, fuman, mandan a los cadetes de años menores a que tiendan sus camas, ponen a los débiles a que los cubran cuando están de imaginarias. Lo curioso del asunto, y por ello el epígrafe inicial, es que en un primer instante ellos se rebelan en contra de esa opresión; pero cuando están en la cima, se convierten en el ente dominante. Y por ello se resalta la relación que hay con la historia de la independencia en Latinoamérica… por el punto en que los criollistas, cuando se hacen con el poder, y después de haber hablado en pro de las libertades, se convierten en los principales opresores de los indios y de los negros. Después de  haber aprovechado las masas de estas dos razas para hacer su revolución, para sacar a los españoles de la tierra americana y quedar ellos como únicos dueños para explotarla a su antojo.

Es también importante resaltar que para los cadetes la dominación resulta siendo una defensa de su virilidad. Así habla el Jaguar a Alberto cuando están en el calabozo: “No es mi culpa, si a mí no me joden es porque soy más hombre” (Vargas, 2002, p. 471). No es extraño, entonces, que por esa condición del macho haya relaciones zoofílicas y constantes alusiones a la masculinidad. Además de que los padres, como el padre de Ricardo, internan a estos jóvenes para que aprendan a ser hombres. Y por supuesto, allí aprenden a ser sagaces, mentirosos, ladrones, violentos. Toda esa maquinaria criminal los enseña a ser más hombres, como dice el capitán al teniente Gamboa: “los que no se dejan pescar son los vivos. Para hacerse hombres, hay que correr riesgos, hay que ser audaz” (Vargas, 2002, p. 421). La escuela militar se convierte, entonces en una “fábrica” de hombres, de machos:
Los propios estudiantes conciben el colegio como un aprendizaje de la virilidad. Para merecerlo se requiere pasar por ciertas etapas. Hay que soportar sacrificios, humillaciones y violencias para ganar el título de cadete, es decir para convertirse de perro en hombre (Diaz, 2004, p. 33).

En este aspecto, trabajar sobre el concepto de la virilidad en la obra se convierte en otro tema de estudio interesante. Su mención en este trabajo es pertinente dado que este impulso del ser macho esta intrínsecamente relacionado con el tema de estudio aquí propuesto. Es importante rescatar que la defensa de esa hombría, que desemboca en una imposición por la fuerza y que para unos, como el jaguar, es condición fundamental; para otros, como el serrano cava, esta imposición es causa de su miedo[1]. El miedo de este serrano es o que lo hace ensañarse con el esclavo que después del Jaguar es el que peor lo trata: “Después del Jaguar, Cava era el peor; le quitaba los cigarrillos, el dinero, una vez había orinado sobre él mientras dormía” (Vargas, 2002 p. 188).
En la medida en que Cava es dominante con el esclavo pero sumiso con el Jaguar se descubre que el serrano se impone sobre el que es más débil, pero también respeta y se somete con el que es más fuerte. Cava ni siquiera le responde al Jaguar cuando lo insulta ni cuando le dice serrano cobarde. En esta supervivencia, el que resiste es respetado y el que no aguanta es humillado. Cava se hace respetar del Boa, que lo odia por ser serrano, y en la pelea demuestra que es bien resistente. Además se enfrenta a los de quinto y pelean hombro a hombro, ello hace que Boa respete a Cava y se hagan amigos y camaradas del círculo.

Pero esto no sucede con Ricardo, que no se hace respetar como los otros, y que se configura de carácter pacífico, débil y cobarde, conforme avanza el relato: “Ahora ya no tenía esperanza; nunca sería como el Jaguar, que se imponía por la violencia, ni siquiera como Alberto, que podía desdoblase y disimular para que los demás no hicieran de él una víctima” (Vargas, 2002, 187). Y él mismo se da cuenta de su debilidad. Sabe que entre los cadetes existe complicidad y amistad, que por más que se insultan no se maltratan entre ellos, como sí lo hacen con él.

En esta medida está claro que los débiles y los cobardes siempre serán sometidos. Así, pues, las sociedades más débiles han sucumbido ante las más fuertes y poderosas… pareciera una ley natural. Y esta es la ley que rige e impera en la institución militar con más asiduidad. No hay que ser blando de corazón; por ende, entre más crueles, más hombres y más respectados son. Por ello los cadetes juegan al tiro al blanco con la vicuña, maltratan a la perra Malpapeada, y, como creen que los animales no sienten porque no tienen alma, se ensañan con sus compañeros dándoles el apelativo de perros y exhortándolos a actuar como tal. Y en el caso del Jaguar, fácil fue quitarle la vida a uno de sus compañeros como en una jornada de caza.

Con la muerte del cadete Arana comienza el desenlace de la novela. Después de un recorrido por ella es bien fácil identificar los signos de barbarie de los opresores. Y en las páginas finales se descubre, en los diálogos y en los hechos, una manía autoritaria, propia de los militares. Eso se observa en el diálogo del capitán con Gamboa cuando se van de campaña y desdeñan a los civiles que resuelven diplomáticamente los conflictos; también cuando el capitán exhorta a Gamboa a valerse de sentido común y a olvidarse del reglamento cuando conviene hacerlo; en el diálogo del mayor cuando acalla a Alberto haciéndole olvidar su “fantasía”, e intimidándolo; y en la complicidad de los médicos, pasando el parte de la muerte de Arana como un accidente para tapar cualquier otra hipótesis.

En este aspecto, ese abuso de la autoridad se parece al abuso por parte de los clérigos que, con su hipocresía, silencian los hechos más siniestros. Es pues, este, el ambiente en el que se desarrolla la novela, en un clima de total autoritarismo y que constituye una clara denuncia contra las dictaduras militares, que como decía el profesor Hernando Motato, en una clase: ello corresponde a una reacción de los autores del Boom Latinoamericano, de la década de los cincuenta, que alzan la voz contra las dictaduras militares que se viven en los países latinoamericanos en el momento.

Después de ver cómo, en el colegio militar, la ley que prevalece es la del más fuerte, de ver cómo aquellos estudiantes se aprovechan de los débiles para martirizarlos y someterlos a capricho de su voluntad, y de ver cómo el conflicto de razas y regionalismos rigen el ritmo de los acontecimientos, no es raro que ello remita al lector a la Historia de la conquista en Latinoamérica. Y ello por dos buenas razones: la primera que tiene que ver con el modo de actuar de los cadetes que relegan el trabajo a los débiles y la segunda por el orden de acciones que tienen semejanza con la independencia.

Cuando los conquistadores españoles llegaron a América vinieron con un séquito de virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. Toda una corte, nada acostumbrada al trabajo: “El pioneer español carecía, además, de la aptitud para crear núcleos de trabajo” (Mariátegui, 1979, p. 6). Y el modo de producción se basó en lo que la esclavitud y el saqueo del oro les produjo. Entonces, una sociedad feudal y decadente que no se acomoda a las ideas liberales de su tiempo conquista la América del centro y sur, mientras que el pioneer inglés coloniza las tierras de América del norte donde planta el germen de una economía sólida basada en el trabajo. Estos dos procesos de coloniaje, distintos desde un principio, explican muy bien la situación actual en que se encuentran los países americanos. Aquí en Latinoamérica el indio siervo produjo al rico ocioso. Y éste comenzó a pensar que trabajar era deshonroso. Y este legado nos viene de nuestros abuelos: “Tenemos pues, por raza y nacimiento, el desdén al trabajo, el amor a la adquisición del dinero sin esfuerzo” (Mariátegui, 1979, p. 72).  Y la poca producción quedó relegada a los indígenas que a través, de los latidifundios, siguen siendo explotados por el dominio extranjero.

Entonces, a través del legado que dejaron los españoles en América, es posible descubrir el actuar de los cadetes que mandan a los perros a que tiendan sus camas o como en el caso del Jaguar que obliga al esclavo a que lo reemplace cuando está de imaginaria. Esa holgazanería y actitud dominante corresponde bien a la del conquistador español, que logró imponerse con aquello de las “razas inferiores”. Y este desprecio por los negros e indios aún hoy está vigente, y que en la novela se demuestra con total claridad cuando Alberto dice a Paulino: “No me gusta que me tutees, cholo de porquería…” (Vargas, 2005, p.169). Es claro que en la novela los bancos tienen un papel predominante, siendo que son pocos en un colegio de Cholos, como el Leoncio Prado. Por ello es un blanco y no un negro o un indio el que levanta la voz primero en contra de los abusos de los cadetes del quinto año.

Ahora bien, se ha presentado una correspondencia en el actuar de los cadetes con el legado de conquista que dejaron los españoles. Sin embargo, no sólo es el actuar de los cadetes lo que lleva a hacer esta analogía con la Historia, sino, como se dijo en páginas anteriores, también hay una correspondencia de los hechos, en la obra, con la independencia en América Latina: en el orden de acontecimientos está la voz de protesta de Arróspide; después, la creación del círculo, la rebelión contra los de quinto, el apoyo del grupo en general, y la imposición de los más fuertes, que siguen con el legado de la opresión, a los perros. Estos hechos no son anda distintos al movimiento independentista: son los blancos criollos los que alzan la voz de protesta, conforman los movimientos de lucha, aprovechan el apoyo de las masas indigenistas y de esclavos negros, y, finalmente, cuando logran sacar a los españoles, los criollos se erigen como la nueva clase dominante y  se apropian, sistemáticamente, de las  tierras de los indígenas en las que siguen alimentando la explotación y a esclavitud en estos días.

Qué curiosa es la naturaleza humana, en un principio el que no quiere ser dominado y logra su libertad, si tiene oportunidad y se hace el poder, sigue con el legado de la opresión. Esto es evidente cuando el poeta invita al esclavo a donde Paulino y se encuentran con un cadete antes de legar a la Perlita. Es un perro evidentemente y Alberto lo trata como tal, le regala unos cigarrillos en favor a que tienda su cama, y en esta ocasión el esclavo no se muestra sumiso, sino que se da ínfulas de superioridad, claro antes de que entre a la perlita donde su semblante cambia: “El esclavo se había colocado detrás de Alberto; su rostro expresaba ahora docilidad y sometimiento”. (Vargas, 2005, p. 169).  Pero si hubiese una oportunidad de que el esclavo, por cualquier agilidad, destacara entre los demás, de seguro, y sintiendo la camaradería grupal que nunca sintió, hubiese sido igual al resto, hubiera tratado a los perros como perros, pero ello nunca sucede porque él sigue siendo uno hasta su muerte.

Y para ilustrar mejor la idea del anterior párrafo, en palabras de el Jaguar: “Yo no sabía lo que era vivir aplastado” (Vargas, 2005, p.523). No es sino hasta el final de la obra en que el Jaguar se da cuenta lo que se siente ser abatido por los demás. Y cuando se descubre su culpabilidad, el autor enseña el argumento de esta magistral novela en la que el autoritarismo, las jerarquías, el conflicto de las razas, ilustran bien lo que es la sociedad latinoamericana, cultura de odios empozados, donde el débil vive subyugado bajo el poder del fuerte que  no encuentra sino en el uso desproporcionado de la violencia el mejor mecanismo de control.



[1] “el hombre ofende o por miedo, o por odio” (Maquiavelo, 1988, p.71)


BIBLIOGRAFÍA

Diaz, Reategui (2004) Cuestiones de identidad, ficción y verosimiliud en la autobiografía latinoamericana: Antes que anochezca y La ciudad y los perros. Recuperado el (28 de febrero de 2011). Disponible en: http://athenaeum.libs.uga.edu/bitstream/handle/10724/7734/diaz-reategui_karen_200408_ma.pdf?sequence=1

Mariátegui, José (1979). 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Venezuela: Editorial Arte.

Montes C. (2011, noviembre). El imaginario perruno en la ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Número 80, 65 – 8. Consultado el 01 de marzo, 2012. En: http://www.revistaliteratura.uchile. cl/index.php/RCL/article/viewArticle/17811/18579

Vargas, Mario (2002) La ciudad y los perros. España: Santillana Ediciones Generales, S.L.


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