martes, 4 de febrero de 2014

Ensayo sobre Pedro Páramo


LA RELIGIOSIDAD EN PEDRO PÁRAMO
Por: Miguel Ángel Pérez

Es complejo analizar la obra, Pedro Páramo (1955), desde una perspectiva religiosa; ello conlleva revisar buena parte de la teología cristiana católica, que es la doctrina que impera en Comala. Y no sólo esto sino que, de las múltiples interpretaciones que pueden surgir de la novela revisándola desde la religiosidad, habrá que sintetizar o hacer un artilugio para poder abarcar este basto tema.
Mi proposición es exponer por pasos cómo se presenta la religiosidad en la obra, sin ahondar en cada uno de los aspectos que presentaré, para evitar una extensión excesiva del trabajo; no obstante ello ayudará a esclarecer dudas que surgen respecto al estado en que se encuentran los personajes y servirá para posteriores trabajos en que se pretenda un análisis profundo de alguno de los puntos que se presentará a continuación. De este modo, el motivo de la religión se manifiesta en los siguientes aspectos: en primer lugar, el estado de purgatorio eterno en que viven los habitantes de Comala; en segundo lugar, y condición en que se perpetúa la situación de los comalences, está la pérdida de la fe del Padre Rentería, (sus cavilaciones interiores ayudarán a dilucidar su representación en la obra), y finalmente la práctica religiosa de los feligreses, que se ve reducida a la mera superstición.
Para llevar a cabo tal propósito voy a establecer un diálogo con dos críticos de la obra de Rulfo, que también intentan desentrañar aspectos de la religiosidad en la obra. Por un lado está Nicolás Álvarez, que muestra en pocas páginas, pero con contundencia, una iglesia corrompida social y espiritualmente, a través de la figura del padre Rentería, en su libro Análisis arquetípico, mítico y simbólico de Pedro Páramo (1983). Y por otro lado está Rafael Camorlinga, con “El tema religioso en pedro Páramo”, un artículo publicado en Juan Rulfo: Perspectivas Críticas (2007) editado por Pol Popovic Karic y Fidel Chávez Pérez, donde el autor expone con brevedad cómo se manifiesta el tema de la religiosidad en el padre Rentería, en los feligreses, en Pedro Páramo y Susana San Juan.
Los anteriores autores ayudarán a dilucidar el tema de la religiosidad que aquí se propone; empero, ambos críticos se enfocan en la configuración de la religiosidad en los personajes, tema que acá se tocará a su debido tiempo, y no exponen la situación de producción de los diálogos, es decir, se sabe que los personajes no están vivos, es un “diálogo de muertos” un “claustrofóbico murmullo de ultratumba”,  como dice Monegal en su artículo “Relectura de Pedro Páramo”.
Y si los personajes están muertos con la capacidad para rememorar sus desdichas, entonces ¿qué son? ¿Dónde están?... al respecto un compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dice que hay un estado de los que mueren en amistad con Dios, que aunque están seguros de su salvación eterna, aún necesitan de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza, y ese estado es el purgatorio (p. 72). Mientras tanto el alma está condenada a vagar por la tierra buscando vivos que recen por ella, como le responde Dorotea a Juan Preciado cuando él le pregunta por su alma. En ese estado  se encuentran las demás almas que poblaron alguna vez el pueblo de Comala, y que ahora enterrados en sus ataúdes se retuercen cuando les llega la humedad y las conciencias atormentadas comienzan las narraciones en primera persona, que son las voces que desde su lecho mortuorio escucha Juan Preciado.
¿Y cómo hacen esas almas atormentadas para salir de ese estado? En el Catecismo de la Iglesia Católica afirman que: “…, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia” (p. 72). El único problema es que estas pobres almas no tienen quién les rece, como dice la hermana de Donis a Juan: “Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir. Y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas.” (p. 67). Y es precisamente en este punto donde radica la exégesis misma del relato. No hay quién ruegue por estas almas, están atrapadas por la eternidad en el purgatorio, porque ya no queda casi gente con vida. Sin duda, Rulfo logra de una manera magistral lanzar una crítica contra la violencia que sólo deja  muerte y desolación, y que comienza con la venganza de Pedro Páramo, continúa con la revolución y se pierde por allá en las guerras cristeras.
Y como si fuera poco el autor pone en escena a un cura, en un principio, totalmente indiferente a los abusos del cacique, como afirma Nicolás Álvarez (1983) “La trayectoria de este párroco revela un proceso de subyugamiento material y espiritual al poder siniestro del patriarca de Comala” (p. 79). No obstante hasta que el hijo de Pedro Páramo no mata a su hermano y transgrede la virginidad de su sobrina, él presta atención a las bellaquerías del cacique. Entonces es cuando él se reprocha a sí mismo: “Todo esto que sucede es por mi culpa… el temor de ofender a quienes me sostienen. Porque esta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento” (Rulfo, 1986, p 40). Y como de los pobres no consigue nada, pues para ellos sí aplican los dogmas y mandamientos cristianos, por ello mismo se niega a conceder la salvación a Eduviges Dyada: “qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, o cien palabras si estas fueran necesarias para salvar el alma”. (Rulfo, 1983, p. 42). En cambio sí recibe el puñado de monedas de pedro Páramo y concede el perdón al vándalo de su hijo.
Estoy de acuerdo con que “la Iglesia se convierte merced al sacerdote de Comala, y según la visión de Rulfo, en instrumento del Mal” (Ávarez, 1983, p. 82). Al no existir una autoridad civil el padre Rentería, como autoridad moral, pudo haber sido la contrapartida del cacique; por el contrario, en un inicio, pide sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones y configura la primera fechoría de Pedro Páramo, consumando el matrimonio. Esa falta de escrúpulos, de un hombre que se cree con la autoridad de juzgar qué está bien y qué está mal, le acarrea para sí mismo el pesar en el futuro. Y por supuesto que cuando pide la confesión a un colega suyo en Contla no es absuelto, y  por el contrario éste le reitera: “no puedes consagrar a los demás si tú mismo estás en pecado” (Rulfo 1986, p. 92).
Así pues al volver a Comala se siente como un hombre malo y se lo confiesa a su sobrina Ana. Siente una profunda abulia interior y asiste al confesionario por el sólo deber. Al escuchar la confesión de Dorotea no le da el perdón y le dice “no podrás ir más al cielo. Pero que Dios te perdone” (Rulfo, 1986, p. 96), y afirma Camorlinga: “Para el padre Rentería la situación de miseria en que viven los comalenses , causada por la falta de escrúpulos del cacique, es insoluble en esta vida” (p.229). Es por eso que exhorta a María Dyada a dejar las cosas como están “esperemos en Dios”. El cura cree que ya no puede hacer nada por las personas de Comala y sólo espera que la justicia divina interceda por ellas. Cansado, pues, con la  primera confesión de Dorotea, decide irse a descansar y pospone el resto de confesiones… y quién sabe si seguirá haciéndolo por el resto de sus días hasta que resuelve incorporarse a las cristiadas.
Ahora bien, enmarcada la obra en un ámbito estrictamente religioso y tomando por verdades los dogmas cristianos, las consecuencias de un pueblo sin un cura, que haga los santos oleos ni que bendiga a los muertos, trae consecuencias nefastas para las gentes de Comala. Tiempo después cuando Juan preciado se encuentra con la pareja incestuosa, le dice la mujer: “esto está lleno de ánimas; un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá de ningún modo” (Rulfo, 1986, p. 68).
Hasta este punto se ha podido observar que la causa de la violencia, que ha reducido los habitantes de Comala, y consecuencia de que el padre ha dejado a sus gentes sin la redención de sus pecados, la situación actual es un dialogo de muertos que están en el purgatorio. No obstante, puede detallarse que un aspecto importante de la religiosidad está dada en términos de la palabra: por eso Pedro páramo necesita de oídas escuchar, al menos,  la absolución del cura; por eso maría Dyada necesita escuchar el perdón para su hermana, y los muertos necesitan de las oraciones, para su salvación eterna. Los actos, entonces, dejan de importar y lo que vale allí es la simple articulación de las palabras religiosas, a modo de conjuro.
Afirma Álvarez (1983) que: “La religión no pasa de ser superstición y rito” (p.82), y tiene toda la razón. Ello no sólo acontece con las personas de Comala, la ideología de cristo ha sido opacada por lo mágico y sobrenatural de sus actos, el bien tan sólo se reduce a la creencia en un dios y en asistir a las misas dominicales, como dice el cura de Contla a Rentería: “quiero creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú quien mantiene su fe; lo hacen por superstición y por miedo” (Rulfo, 1986, p. 92). Y agrega Camorlinga: “La mayor parte de los personajes exhibe una religiosidad ingenua, acrítica y con visos de fanatismo. Contrastando con lo anterior está la actitud de Pedro Páramo (…) para él la religión es tan sólo una de las instancias sociales, engorrosa casi siempre, pero a veces útil (231). Pedro Páramo, sin duda es una figura de El príncipe de Maquiavelo, Para él no  vale nada la religión ni sus leyes, salvo para facilitarse sus bellaquerías.
En adición está la irreligiosidad que profesa Susana, el alcance de sus palabras cobra un sentido de crítica contra la religión como institución, que condena o salva a su antojo. Así dice ella ¿Quiénes son ellos para hacer la justicia, Justina? (Rulfo 1986, p. 99).  Rulfo también se escuda en la aparente locura de esta mujer para rebatir las palabras sin sentido que Rentería esboza en su lecho de muerte.
Ya se había dicho aquí que la religiosidad quedaba reducida, en la obra, a una simple articulación de oraciones, a modo de conjuro, y es precisamente Susana la única en la obra que debate este tema; así dice ella cuando su madre se muere: “Tú y yo allí, rezando rezos interminables, sin que ella oyera nada, todo perdido en la sonoridad del viento debajo de la noche” (Rulfo, 1986, p. 99). Es claro observar que ella es la figura de la razón, sabe que los muertos no escuchan y sus rezos son inútiles aunque,  por ello, se le da visos de locura, porque se sabe que el que haba sobre los temas que van en contra del canon político-social-religioso será siempre tildado de loco.
Finalmente, si nadie en la novela hace o dice nada contra la religión, como facilitadora del mal, estoy de acuerdo con la afirmación de Nicolás Álvares de que “La justicia queda en manos entonces de una ontología arquetípica personificada por Susana San Juan (Álvarez, 1983, p. 82).



Bibliografía

Álvarez, Nicolás (1983). Análisis arquetípico, mítico y simbólico de Pedro Páramo. Miami: Ediciones Universal.

Camorlinga, Rafael ( 2007) “El tema religioso en Pedro Páramo”. En: Juan Rulfo: Perspectivas críticas.  Popovic pol; Chávez Fidel (eds). Mexico: Siglo XXI.

Iglesia Católica, Conferencia Episcopal Panameña (2005) Catecismo de la Iglesia Católica: Compendio. Panamá: Librería Editrice Vaticana.

Rulfo, Juan (1986). Pedro Páramo. (Ed. Rev). Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario