LA RELIGIOSIDAD EN PEDRO PÁRAMO
Por: Miguel Ángel Pérez
Es complejo analizar la obra, Pedro Páramo (1955), desde una perspectiva religiosa; ello conlleva
revisar buena parte de la teología cristiana católica, que es la doctrina que impera
en Comala. Y no sólo esto sino que, de las múltiples interpretaciones que
pueden surgir de la novela revisándola desde la religiosidad, habrá que sintetizar
o hacer un artilugio para poder abarcar este basto tema.
Mi proposición es exponer por pasos cómo se presenta
la religiosidad en la obra, sin ahondar en cada uno de los aspectos que
presentaré, para evitar una extensión excesiva del trabajo; no obstante ello
ayudará a esclarecer dudas que surgen respecto al estado en que se encuentran
los personajes y servirá para posteriores trabajos en que se pretenda un
análisis profundo de alguno de los puntos que se presentará a continuación. De
este modo, el motivo de la religión se manifiesta en los siguientes aspectos:
en primer lugar, el estado de purgatorio eterno en que viven los habitantes de
Comala; en segundo lugar, y condición en que se perpetúa la situación de los
comalences, está la pérdida de la fe del Padre Rentería, (sus cavilaciones
interiores ayudarán a dilucidar su representación en la obra), y finalmente la
práctica religiosa de los feligreses, que se ve reducida a la mera
superstición.
Para llevar a cabo tal propósito voy a establecer un
diálogo con dos críticos de la obra de Rulfo, que también intentan desentrañar
aspectos de la religiosidad en la obra. Por un lado está Nicolás Álvarez, que
muestra en pocas páginas, pero con contundencia, una iglesia corrompida social
y espiritualmente, a través de la figura del padre Rentería, en su libro Análisis arquetípico, mítico y simbólico de
Pedro Páramo (1983). Y por otro lado está Rafael Camorlinga, con “El tema
religioso en pedro Páramo”, un artículo publicado en Juan Rulfo: Perspectivas Críticas (2007) editado por Pol Popovic
Karic y Fidel Chávez Pérez, donde el autor expone con brevedad cómo se
manifiesta el tema de la religiosidad en el padre Rentería, en los feligreses,
en Pedro Páramo y Susana San Juan.
Los anteriores autores ayudarán a dilucidar el tema
de la religiosidad que aquí se propone; empero, ambos críticos se enfocan en la
configuración de la religiosidad en los personajes, tema que acá se tocará a su
debido tiempo, y no exponen la situación de producción de los diálogos, es
decir, se sabe que los personajes no están vivos, es un “diálogo de muertos” un
“claustrofóbico murmullo de ultratumba”,
como dice Monegal en su artículo “Relectura de Pedro Páramo”.
Y si los personajes están muertos con la capacidad
para rememorar sus desdichas, entonces ¿qué son? ¿Dónde están?... al respecto un
compendio del Catecismo de la Iglesia
Católica dice que hay un estado de los que mueren en amistad con Dios, que
aunque están seguros de su salvación eterna, aún necesitan de purificación para
entrar en la eterna bienaventuranza, y ese estado es el purgatorio (p. 72).
Mientras tanto el alma está condenada a vagar por la tierra buscando vivos que
recen por ella, como le responde Dorotea a Juan Preciado cuando él le pregunta
por su alma. En ese estado se encuentran
las demás almas que poblaron alguna vez el pueblo de Comala, y que ahora
enterrados en sus ataúdes se retuercen cuando les llega la humedad y las
conciencias atormentadas comienzan las narraciones en primera persona, que son
las voces que desde su lecho mortuorio escucha Juan Preciado.
¿Y cómo hacen esas almas atormentadas para salir de
ese estado? En el Catecismo de la Iglesia
Católica afirman que: “…, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden
ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio,
en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas,
indulgencias y obras de penitencia” (p. 72). El único problema es que estas
pobres almas no tienen quién les rece, como dice la hermana de Donis a Juan:
“Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto
oscurece comienzan a salir. Y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros
tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus
penas.” (p. 67). Y es precisamente en este punto donde radica la exégesis misma
del relato. No hay quién ruegue por estas almas, están atrapadas por la
eternidad en el purgatorio, porque ya no queda casi gente con vida. Sin duda,
Rulfo logra de una manera magistral lanzar una crítica contra la violencia que
sólo deja muerte y desolación, y que
comienza con la venganza de Pedro Páramo, continúa con la revolución y se
pierde por allá en las guerras cristeras.
Y como si fuera poco el autor pone en escena a un
cura, en un principio, totalmente indiferente a los abusos del cacique, como
afirma Nicolás Álvarez (1983) “La trayectoria de este párroco revela un proceso
de subyugamiento material y espiritual al poder siniestro del patriarca de
Comala” (p. 79). No obstante hasta que el hijo de Pedro Páramo no mata a su
hermano y transgrede la virginidad de su sobrina, él presta atención a las
bellaquerías del cacique. Entonces es cuando él se reprocha a sí mismo: “Todo
esto que sucede es por mi culpa… el temor de ofender a quienes me sostienen.
Porque esta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento” (Rulfo, 1986, p 40). Y
como de los pobres no consigue nada, pues para ellos sí aplican los dogmas y
mandamientos cristianos, por ello mismo se niega a conceder la salvación a
Eduviges Dyada: “qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una
palabra o dos, o cien palabras si estas fueran necesarias para salvar el alma”.
(Rulfo, 1983, p. 42). En cambio sí recibe el puñado de monedas de pedro Páramo
y concede el perdón al vándalo de su hijo.
Estoy de acuerdo con que “la Iglesia se convierte
merced al sacerdote de Comala, y según la visión de Rulfo, en instrumento del
Mal” (Ávarez, 1983, p. 82). Al no existir una autoridad civil el padre Rentería,
como autoridad moral, pudo haber sido la contrapartida del cacique; por el
contrario, en un inicio, pide sesenta pesos por pasar por alto lo de las
amonestaciones y configura la primera fechoría de Pedro Páramo, consumando el
matrimonio. Esa falta de escrúpulos, de un hombre que se cree con la autoridad
de juzgar qué está bien y qué está mal, le acarrea para sí mismo el pesar en el
futuro. Y por supuesto que cuando pide la confesión a un colega suyo en Contla
no es absuelto, y por el contrario éste
le reitera: “no puedes consagrar a los demás si tú mismo estás en pecado”
(Rulfo 1986, p. 92).
Así pues al volver a Comala se siente como un hombre
malo y se lo confiesa a su sobrina Ana. Siente una profunda abulia interior y
asiste al confesionario por el sólo deber. Al escuchar la confesión de Dorotea
no le da el perdón y le dice “no podrás ir más al cielo. Pero que Dios te
perdone” (Rulfo, 1986, p. 96), y afirma Camorlinga: “Para el padre Rentería la
situación de miseria en que viven los comalenses , causada por la falta de
escrúpulos del cacique, es insoluble en esta vida” (p.229). Es por eso que
exhorta a María Dyada a dejar las cosas como están “esperemos en Dios”. El cura
cree que ya no puede hacer nada por las personas de Comala y sólo espera que la
justicia divina interceda por ellas. Cansado, pues, con la primera confesión de Dorotea, decide irse a descansar
y pospone el resto de confesiones… y quién sabe si seguirá haciéndolo por el
resto de sus días hasta que resuelve incorporarse a las cristiadas.
Ahora bien, enmarcada la obra en un ámbito
estrictamente religioso y tomando por verdades los dogmas cristianos, las
consecuencias de un pueblo sin un cura, que haga los santos oleos ni que bendiga
a los muertos, trae consecuencias nefastas para las gentes de Comala. Tiempo
después cuando Juan preciado se encuentra con la pareja incestuosa, le dice la
mujer: “esto está lleno de ánimas; un puro vagabundear de gente que murió sin
perdón y que no lo conseguirá de ningún modo” (Rulfo, 1986, p. 68).
Hasta este punto se ha podido observar que la causa
de la violencia, que ha reducido los habitantes de Comala, y consecuencia de
que el padre ha dejado a sus gentes sin la redención de sus pecados, la
situación actual es un dialogo de muertos que están en el purgatorio. No
obstante, puede detallarse que un aspecto importante de la religiosidad está
dada en términos de la palabra: por eso Pedro páramo necesita de oídas escuchar,
al menos, la absolución del cura; por
eso maría Dyada necesita escuchar el perdón para su hermana, y los muertos
necesitan de las oraciones, para su salvación eterna. Los actos, entonces, dejan
de importar y lo que vale allí es la simple articulación de las palabras
religiosas, a modo de conjuro.
Afirma Álvarez (1983) que: “La religión no pasa de
ser superstición y rito” (p.82), y tiene toda la razón. Ello no sólo acontece
con las personas de Comala, la ideología de cristo ha sido opacada por lo
mágico y sobrenatural de sus actos, el bien tan sólo se reduce a la creencia en
un dios y en asistir a las misas dominicales, como dice el cura de Contla a Rentería:
“quiero creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú quien mantiene
su fe; lo hacen por superstición y por miedo” (Rulfo, 1986, p. 92). Y agrega
Camorlinga: “La mayor parte de los personajes exhibe una religiosidad ingenua,
acrítica y con visos de fanatismo. Contrastando con lo anterior está la actitud
de Pedro Páramo (…) para él la religión es tan sólo una de las instancias
sociales, engorrosa casi siempre, pero a veces útil (231). Pedro Páramo, sin
duda es una figura de El príncipe de
Maquiavelo, Para él no vale nada la religión
ni sus leyes, salvo para facilitarse sus bellaquerías.
En adición está la irreligiosidad que profesa
Susana, el alcance de sus palabras cobra un sentido de crítica contra la
religión como institución, que condena o salva a su antojo. Así dice ella ¿Quiénes
son ellos para hacer la justicia, Justina? (Rulfo 1986, p. 99). Rulfo también se escuda en la aparente locura
de esta mujer para rebatir las palabras sin sentido que Rentería esboza en su
lecho de muerte.
Ya se había dicho aquí que la religiosidad quedaba
reducida, en la obra, a una simple articulación de oraciones, a modo de conjuro,
y es precisamente Susana la única en la obra que debate este tema; así dice
ella cuando su madre se muere: “Tú y yo allí, rezando rezos interminables, sin
que ella oyera nada, todo perdido en la sonoridad del viento debajo de la
noche” (Rulfo, 1986, p. 99). Es claro observar que ella es la figura de la
razón, sabe que los muertos no escuchan y sus rezos son inútiles aunque, por ello, se le da visos de locura, porque se
sabe que el que haba sobre los temas que van en contra del canon político-social-religioso
será siempre tildado de loco.
Finalmente, si nadie en la novela hace o dice nada
contra la religión, como facilitadora del mal, estoy de acuerdo con la
afirmación de Nicolás Álvares de que “La justicia queda en manos entonces de
una ontología arquetípica personificada por Susana San Juan (Álvarez, 1983, p. 82).
Bibliografía
Álvarez, Nicolás (1983). Análisis arquetípico, mítico y simbólico de Pedro Páramo. Miami:
Ediciones Universal.
Camorlinga, Rafael ( 2007) “El tema religioso en
Pedro Páramo”. En: Juan Rulfo: Perspectivas críticas. Popovic pol; Chávez Fidel (eds). Mexico: Siglo
XXI.
Iglesia Católica, Conferencia Episcopal Panameña
(2005) Catecismo de la Iglesia Católica: Compendio. Panamá: Librería Editrice
Vaticana.
Rulfo, Juan (1986). Pedro Páramo. (Ed. Rev). Bogotá:
Fondo de Cultura Económica.
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