domingo, 10 de marzo de 2013

Nacionalismo literario; Jacques Gilard


DEL NACIONALISMO LITERARIO:
UNA POLEMICA COLOMBIANA (1941)[1]
Jacques GILARD[2]

Sólo se puede conocer la existencia de la polémica sobre el nacionalismo literario hojeando la prensa colombiana de mayo de 1941. Otras querellas no se pueden olvidar: la de “Bardolatría”, artículo de Carranza en el que ridiculiza el culto al “bardo” Valencia y ataca su poesía (1941)[3]; e incluso, el choque suscitado por Neruda al despedirse de Colombia con “Tres sonetos punitivos para Laureano Gómez” (1943)[4]. Si la polémica sobre el nacionalismo literario engendró mas bien la amnesia, es porque el problema expuesto era importante, porque la ruptura era durable y porque la cuestión  (la “colombianidad” y su expresión) suscita  aún múltiples equívocos. En un país que reivindica desde hace  treinta años a su gran escritor como suyo y exclusivamente suyo, es incómodo constatar que García Márquez se formó en un anti nacionalismo virulento.
La polémica nació de un concurso organizado por la Revista de las Indias. El objetivo era estimular la creación literaria, tentativa lograda puesto que ciento cincuenta cuentos fueron sometidos al jurado. Este, estaba presidido por Tomas Vargas Rueda, “ el escritor de la sabana de Bogotá”, entonces director de la Biblioteca Nacional, ayudado por el poeta Eduardo Carranza, el periodista Hernando Téllez, y el periodista, crítico, poeta y narrador Tomas Vargas Osorio. Como el presidente sólo tenía un voto y el jurado era par, se dividieron en dos bandos. Rueda Vargas y Vargas Osorio eran partidarios de Por qué “mató” el zapatero, Téllez y Carranza de La grieta. Debieron realizar un sorteo. Una vez abiertos los sobres, se supo que el cuento favorecido por la suerte (Por qué “mató” el zapatero) era de Eduardo Caballero Calderón, mientras que el otro (La grieta) era de Jorge Zalamea. Se dividen los veredictos de la decisión del jurado y la revista publica dos textos contradictorios.
Por qué “mató” el zapatero, de Caballero Calderón, es la historia de un zapatero bogotano, sumido en la miseria por una fábrica de zapatos recientemente creada cerca de su caseta de trabajo; se entrega a la bebida, rompe la vitrina de la fábrica y ataca a machetazos un maniquí de madera[5].
En La grieta, de Zalamea, una pareja de obreros se separa por culpa de una carta de navegación comprada por el marido, quien empieza a soñar, alejándose de la realidad y dejando a su mujer sumida en la soledad y la angustia[6]. Una precisión se impone: la pareja vive en Dublín. Esta ubicación desencadena la polémica.
Esto significaba que Zalamea había querido inscribir su relato en la perspectiva de Joyce. Caracterizado por un estilo cuidadoso y un análisis psicológico delicado, el texto no presentaba gran audacia en su elección formal. En comparación, el de Caballero Calderón era mas bien desabrido (negligencia de estilo y banalidad de cuadros de costumbres). Pero el problema de la calidad estética era menos importante que el de las relaciones del escritor colombiano con su entorno, y menos aún que la naturaleza de éste: es decir las realidades del país, de las ideas y del arte contemporáneo. Rueda Vargas y Vargas Osorio siguieron un criterio ideológico, conduciendo a Téllez y a Carranza, y luego el debate público hacia ese terreno.
En sus veredictos[7], Rueda Vargas y Vargas Osorio hablan poco del relato que privilegian: “A su excelencia literaria une el mérito muy valioso de ser una obra nacional, criolla, nuestra”. Ellos pregonan una literatura “nacional” y están en contra del “exotismo”, postulando la obligación de enraizar la literatura colombiana  en el suelo nativo. Toda referencia tomada del exterior es corruptora. Una joven literatura debe consagrarse a la “afirmación” de las realidades del país. “Lo regional es la esencia misma de lo universal en literatura…” Nada sobre las preferencias estéticas: se da por entendido  que en una mezcla inexplicada  de veracidad y de rectitud moral la afirmación de la realidad es suficiente. El problema de la calidad solo se plantea con relación a las obras “exóticas”: siempre es ilusoria.
Rueda Vargas era demasiado viejo para cuestionar su sistema de valores. El joven Vargas Osorio era un caso diferente. Impregnado de los criterios humanos del criollismo, apegado a los valores elitistas que la urbanización del país ponían en peligro y que la presidencia de López acababa de señalar, nostálgico de la paz campesina y del orden patriarcal, confundido por el crecimiento urbano, rechazaba como factores de desorden, los signos de una renovación que, como buen escritor y crítico, percibía con justeza. Contra toda deriva, la elección de un universo rural era una garantía (anuncio de una táctica de poder para los años a venir: el retorno hacia el folklor, antídoto frente a la solicitud de participación  y de bienestar). Su crispación era tal que, a pesar de su buen gusto, prefería premiar el statu quo representado por Caballero Calderón. El liberal de derecha que era supo convertirse bajo el abrigo de La grieta en autor contestatario. Cuando se abrieron los sobres se supo que se trataba en efecto de un compañero del ex presidente López.
Por su parte, Carranza y Téllez comparan primero los dos relatos[8]: uno se contenta contando una anécdota, mientras que el otro profundiza en un conflicto psicológico y moral. Recordando que la literatura colombiana a menudo se había confinado en los cuadros de costumbres, Carranza y Téllez formulan, para condenarla, la idea de un “nacionalismo literario” (de la que Vargas Osorio era el detentor). La tesis nacionalista les parece “tan arbitraria como inútilmente bien intencionada”: ésta conduce “a hacer tabla rasa de la experiencia ajena” y limita la ficción a los paisajes y tipos familiares.
Para el debate público, las condiciones eran desiguales. Redactor de El Tiempo, Vargas Osorio utiliza su poder. El Tiempo del 20 de mayo reprodujo únicamente los veredictos de los dos nacionalistas[9]. Vargas Osorio era un narrador de calidad. Su práctica de escritor debe separarse de sus tomas de posición, y graves problemas de salud explican su agresividad (murió en plena juventud a finales del año). Pero la ideología subyacente a sus declaraciones era otra cosa.
Al retirarse Rueda Vargas del debate, Vargas Osorio arremete en El Tiempo (22 y 24 de mayo, 4 y 19 de julio)[10]. Esos artículos repetitivos revelan una exasperación creciente: sabía que no podría superar su postulado inicial y comprendía que debía proponer claramente el estancamiento costumbrista o admitir que una buena literatura requiere de la adaptación de los aportes extranjeros. Veamos una síntesis de esas cuatro notas.
La tesis adversa es extranjerizante; todo universalismo es falso (24 de mayo). La tesis nacionalista es deformada por sus enemigos: no se restringe al “campo de acción” del escritor (22 de mayo) y no está a favor ni de lo pintoresco, ni del folklor (24 de mayo), ni de los cuadros de costumbres ni del habla popular (4 de junio).
El reclamo da lugar a la injuria. El 22 de mayo Vargas Osorio deplora un “divorcio” entre las letras y su realidad. El 24 de mayo, explica dicho “divorcio” por un “impulso falsamente universalista”. El 4 de junio la acusación es de esnobismo ([…] consideran indignos de su talento y de su pluma nuestras cosas, nuestros hechos, nuestras humildes y opacas realidades humanas) y, el 19 de julio, víspera de la fiesta nacional, la acusación es de falta de resolución viril.
En cuanto a lo que propone Vargas Osorio, pasa de una noción a otra sin formular nada nuevo. Su tesis, dice el 22 de mayo, es una cordial invitación a “pensar en la nación, a sentirla, a comprenderla”, a “pensar lo colombiano, sentirlo, comprenderlo, para darle una jerarquía cultural”. El 24 de mayo, sintiendo que no hay identidad entre  “pensar en la nación” y “pensar lo colombiano”, trata de argumentar sobre lo que debe nutrir al escritor colombiano:

Lo nacional es… la peculiar o individual manera de vivir de nuestro pueblo, su posición espiritual frente a las cosas de la naturaleza y del entendimiento, la actitud de su sensibilidad ante… todos los grandes sentimientos…

Para alcanzar la universalidad, es preciso empezar por […] la afirmación de la propia personalidad nacional. El 4 de junio, su réplica a una nota aparecida el 3 en El Espectador prueba que limita la literatura nacional al dominio de los comportamientos pintorescos (aguardiente y machete en Caballero Calderón): “[…] es en la manera de reaccionar frente al problema planteado, en donde reside ‘lo nacional’ que hay en el cuento del zapatero”. Finalmente, el 19 de julio, fundándose en una declaración del peruano Luis Alberto Sánchez aparecida el día anterior en El Tiempo (Sánchez hacía de Proust et de Joyce escritores regionalistas)[11], Vargas Osorio dice: “No somos solamente selva, ríos misteriosos, geografía. Somos también espíritu”. Había pasado de lo rural a lo telúrico, había oscilado entre región, nación, y continente y, pasando de lo colombiano a la personalidad nacional, desemboca en un “espíritu” americano. Noción anunciada en el argumento, empleado una sola vez (el 24 de mayo), de la fatiga de Europa y de la emergencia indoamericana.
Las fuentes y las debilidades de este pensamiento están ahí. El argumento no era nuevo: entre otros, había presidido la formación de las repúblicas hispanoamericanas. La actualidad descalificaba su carácter de amble residuo del criollismo y le daba su dimensión de nacionalismo moderno: ignorancia de lo que sucedía entonces en el mundo, ilusión sobre el rol de América. Si alguna universalidad  debía existir en 1941, ésta no se podía lograr dándole la espalda al mundo. Y nada se había dicho de esa colombianidad prometedora: Vargas Osorio suponía la nación inmutable y única. Anclado en sus principios criollistas, ignoraba los procesos históricos, eludía el mestizaje (¿qué era entonces el “espíritu americano?) y olvidaba la múltiple fragmentación del país. Su Colombia no existía o sólo era su región de origen o la idea que de ella tenían las elites tradicionales. Y el “cómo” estaba fuera de su alcance. Al hablar de una “afirmación”, Vargas Osorio evitaba decir lo que garantizaría la universalidad de esta literatura del terruño  y proponer una novedad fatal al statu quo que era su único principio. Este liberal de derecha, sinceramente emocionado un año antes por las desgracias de Francia[12] entregaba ingenuamente su propia receta de fascismo criollo.
La respuesta mas eficaz fue la de Téllez[13]. Después de los dos primeros artículos de su colega de jurado, recordaba que el referente no garantizaba la calidad literaria y saldaba de ante mano su cuenta con el argumento continental que Vargas Osorio utilizaría un poco mas tarde:

Si bastara con interpretar  y sentir la nacionalidad […], nadie dejaría de aplicar la fórmula mágica y salvadora […] La novedad de la criatura americana es un dato cronológico del mestizaje, pero no es un dato cultural.

En su número de abril (aparecido en junio), Revista de las Indias hacía el balance del concurso y daba su opinión[14]. Recordaba que Rueda Vargas y Vargas Osorio habían fundado su decisión en “una discutible tesis de nacionalismo literario”, y Carranza y Téllez en “la excelencia estética”, del relato de Zalamea, y expresaba su rechazo por los extremos tanto por el nacionalismo como por el exotismo (este último punto protegía a Carranza y a Téllez). Lo que sigue critica fuertemente a los dos nacionalistas: “Nos parece una tarea suicida para las nacientes literaturas hispanoamericanas el cerrar puertas y ventanas a toda influencia extraña”.
El 29 de junio, el suplemento de El Tiempo publica el trabajo de un colaborador ocasional, J. Rodríguez Páramo[15]. Luego de una síntesis histórica  sobre la idea de nación, fundando esta idea en la adhesión a un conjunto de principios –dejando así de lado la dudosa concepción étnica implícita en Vargas Osorio- , el autor se refiere a la literatura colombiana. Como el país mismo, ésta solo existe gracias al aporte exterior. Sus valores deben juzgarse bajo criterios estéticos y no por su fidelidad a un medio que debe redefinirse siempre: ¿Cómo podría probarse que María es una novela mas colombiana que Manuela? Rodríguez Páramo concluía que había que romper las barreras establecidas por los “terratenientes del espíritu del siglo XIX”.
El polígrafo Max Grillo aprueba a Vargas Osorio en El Tiempo del 14 de julio[16]. Cita y comenta algunas frases de los dos nacionalistas. De los participantes en el debate, es el único que menciona a Unamuno en lo relacionado con el principio según el cual es en lo regional que reside lo universal. Cita varios parágrafos de una carta que le había escrito Unamuno  el 24 de mayo de 1904. Principalmente: “Prefiero el Facundo… a todas las obras del modernismo decadentista de la Argentina.”
Y de otra carta no fechada: El infinito se llama aquí, y lo eterno se llama ahora. De estas citas, Grillo deduce que la inspiración debe ser “nacional” en el sentido en que lo entiende Vargas Osorio. Se refiere a los poetas colombianos que han buscado su inspiración por fuera (artistas exóticos, de un universalismo intrascendente). Concluye: “Lo universal no es precisamente lo que está fuera de nosotros, sino lo que se encuentra en nosotros”.
Es el mismo reclamo de Vargas Osorio. Mas que nadie, Grillo que se había formado a finales del siglo XIX, elude el ejemplo modernista.
Los últimos textos del debate, los de Grillo (14 de julio) y Vargas Osorio (19 de julio), caen en la indiferencia de un medio sacudido ahora por la Bardolatría de Carranza, aparecida el 13 de julio. Era mas apasionante (asunto de personas), Vargas Osorio había terminado por cansar, los detentores del universalismo habían dicho lo que tenían que decir, Téllez había llevado el problema hasta sus últimas consecuencias.
Vino entonces el silencio. En diciembre, con la muerte de Vargas Osorio no se habla mas del debate. Sólo el periodista Germán Vargas evoca en 1948 una curiosa y tonta polémica sobre el nacionalismo literario[17]. Pero el problema subsistía. Vargas Osorio había encontrado en la mayoría de letrados un terreno mas que favorable para sus afirmaciones e injurias, que impregnaron la tenue vida literaria de esos años.  Se las encuentra, tenaces, en numerosos textos. Téllez había llevado el problema hasta sus últimas consecuencias, pero no se le había escuchado.
En 1942, José Antonio Osorio Lizarazo, novelista citadino y populista, predica el nacionalismo literario. En la Revista de las Indias[18] expresa el racismo que se adivinaba en el criollismo de Vargas Osorio, afirmando que la tendencia exótica de los colombianos es herencia de nuestros ascendentes indígenas y negroides. Retoma el tema de la fatiga europea. La nueva cultura solo podrá reposar en material autóctono; se debe continuar la tarea de los escritores colombianos del pasado, pegados a su tierra, fieles a (su) geografía física y psicológica. Osorio Lizarazo, menos sutil que Vargas Osorio, habla del “cómo”, eludido por los nacionalistas un año antes: Tendríamos que convencernos de que el trópico no produce un espíritu que pueda ser interpretado por James Joyce […] Su miedo de las exigencias de una nueva estética (ni mas ni menos extranjera que las otras, por lo demás) jugaba en él el mismo rol que la preocupación de control social en Vargas Osorio. El populista coincidía con el liberal de derecha.
La consigna de fidelidad a la tierra y a sus gentes perdura a lo largo del decenio en los cuentistas de la Cordillera central que ocupaban ya el suplemento de El Tiempo e invadían en 1942 las páginas de Revista de las Indias,  luego de un brusco cambio del equipo de redacción. Esos narradores obstinadamente ruralistas hacían entonces frente común con el citadino Osorio Lizarazo. Calificado de terrígena mas a menudo que de nacionalista, su mediocre producción se vestía de fidelidad a la tierra. No se encuentra ninguna conciencia del momento histórico que vivía el mundo y el país (la arremetida de la “Violencia”). La ilusión de una insularidad y de una paz criolla persistían. Las citas podrían acumularse. Retendremos dos, una de Cardona Jaramillo:

En el cuento, lo primero son la tierra y sus hombres […] Todo lo demás es literatura. Todo lo demás son cosas del autor; todo lo demás son cuentos malos. Cuentos influenciados, cuentos eruditos […], cuentos cerebrados, narraciones que no tienen en cuenta la tierra donde están naciendo. El cuento, cuando no es una realidad, no puede ser un cuento[19]

Otra de López Gómez:

[…] nuestro cuento es original y propio, impregnado del color y del sabor de la tierra, moldeado de primera mano en su paisaje y en su gente […]. Influencias, claro que las hay […] Pero (nuestros autores) son fieles a su medio y a su humanidad circundante[20].

El esnobismo del intelectual que mira hacia afuera es a menudo fustigado. La acusación de homosexualidad reaparece de vez en cuando. En 1945, comentando una recopilación de cuentos de Cardona Jaramillo, Antonio Burgés Carmona habla de escritores innovadores (¿cuáles?) como de drogados y amanerados[21].  En 1952, Zapata Olivella habla de los miasmas del existencialismo y trata de sumisos eunucos a los lectores de Sartre y de Camus[22]. El escritor comunista coincidía entonces con el falangista Mejía Mejía, que hablaba del estercolerismo de Sartre[23], y con el liberal de derecha López de Mesa, que evocaba la Náusea pocilguera[24] del mismo autor. Otro liberal de derecha, Caballero Calderón  retomaba los argumentos de Vargas Osorio y Osorio Lizarazo para ver como signo de decadencia la novela norteamericana[25] y el existencialismo francés[26]. Luego de haber encontrado interesante la novela norteamericana, Jesús Zárate Moreno coincide con Osorio Lizarazo para denunciar el ejemplo pernicioso de Faulkner[27]. Las diatribas de Vargas Osorio se habían quizás olvidado, pero había cristalizado por mucho tiempo la elección del estancamiento.
La polémica se había desarrollado en el momento en que Hitler invadía la URSS. La ruptura era fuerte: las inquietudes de la época no tenían espacio en el panorama nacionalista, solo contaba la ilusión de encontrar libre el terreno para la afirmación de la colombianidad. Zalamea, cuyo relato había provocado la crisis reveladora, era mas que el antiguo ministro de López: era uno de esos raros colombianos conscientes de los signos apocalípticos que implicaba la guerra mundial, la explosión de Hirochima y los miedos de la guerra fría. Eduardo Zalamea Borda compartía esas angustias; lo decía en su crónica de El Espectador y, a partir de 1943, en sus notas de Sábado. Vectores del pensamiento contemporáneo, los Zalamea eran también descubridores de talentos (Mutis y García Márquez, para sólo citarlos a ellos). Téllez que había confrontado a Vargas Osorio, agregaba a sus lecturas francesas las de autores norteamericanos y producía cuentos que demostraban la indigencia de los arrogantes cuenteros terrigenistas. Con los antiguos (Zalamea, Zalamea Borda, Téllez), algunos jóvenes descalificaban el nacionalismo. Las apuestas de la polémica olvidada eran las mismas y obras nacientes validaban las raras réplicas opuestas en 1941 a la intolerancia. Frente a la crispación de los continuadores de la tesis nacionalista y conscientes de los problemas contemporáneos, Mutis, García Márquez, Cepeda Samudio, Obregón, Grau, Botero encontraban el camino de la universalidad.

                       
Jacques Gilard, Universidad de Toulouse-Le Mirail

Resumen
Jacques GILARD, « Del nacionalismo literario: una polémica colombiana (1941) »
En 1941, la Revista de las Indias (Bogotá) dirigida por Germán Arciniegas, organiza, en honor a los escritores colombianos, un concurso de novelas cortas. El jurado se divide al seleccionar entre los textos de Jorge Zalamea y Eduardo Caballero Calderón y, sobre todo, entre los desafíos de la modernidad y la comodidad de todas las formas del statu quo. La polémica es llevada por Tomàs Vargas Osorio, defensor del “nacionalismo literario”, durante dos meses. Ella quedara presente como una filigrana en la vida literaria colombiana de este decenio capital.







[1] Traducción de Ana Cecilia Ojeda A., Profesora titular, Escuela de Idiomas, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia
[2] Publicado en francés en : América, Cahiers du CRICCAL, n°21, 1998, Paris, Presse de la Sorbonne Nouvelle, Paris III, p. 237-244
[3] Eduardo Carranza, « Bardolatría », El Tiempo, Bogotá, 13 de julio de 1941, Segunda sección,  p. 1 y 3
[4] Pablo Neruda, « Tres sonetos punitivos para Laureano Gómez », El Tiempo, Bogotá, 17 de octubre de 1943, Segunda sección, p.1
[5] Eduardo Caballero Calderón, « Por qué ‘mató’ el zapatero”, Revista de las Indias, Bogotá, n° 27, marzo de 1941, p. 5-9. Este número reúne los textos premiados y el veredicto del jurado; está fechado del mes de marzo de 1941, pero tanto la revista como el jurado contaban con dos meses de retraso. Este retraso explica por qué la polémica empezó en el mes de mayo.
[6] Jorge Zalamea, « La grieta », Revista de la Indias, Bogotá, n°27, marzo de 1941, p. 20-37.
[7] Tomas Rueda Vargas y Tomas Vargas Osorio, « Nuestro concurso de cuentos », Revista de las Indias, Bogotá, n° 27, marzo de 1941, p.104-107
[8] Eduardo Carranza y Hernando Téllez, « Nuestro concurso de cuentos », Revista de las Indias, Bogotá, n° 27, marzo de 1941, p. 107-112
[9] Tomás Rueda Vargas y Tomás Vargas Osorio, « El concurso de cuentos. Del nacionalismo literario”, El Tiempo, Bogotá, 20 de mayo de 1941, p.5
[10] Estas notas, todas publicadas en la p. 5 de El Tiempo de Bogotá, son: “Del nacionalismo literario” (22 de mayo de 1941, “Del nacionalismo colombiano” (24 de mayo de 1941), “Mas sobre el nacionalismo literario” (4 de junio de 1941), “Mas sobre el nacionalismo” (19 de julio de 1941). Las citas a continuación serán solamente fechadas; la fecha remite a las referencias aquí señaladas.
[11] Luis Alberto Sánchez, « Tres notas literarias” El Tiempo, Bogotá, 18 de julio de 1941, p. 4
[12] Tomás Vargas Osorio , « Francia en el corazón », El Tiempo, Bogotá, 2 de junio de 1940, Segunda Sección, p.1
[13] Hernando Téllez, « Nacionalismo literario », in : Textos no recogidos en libros, Bogotá, Colcultura, 1979, T.I, p. 37-41. Este texto que se nos escapó al momento de nuestra búsqueda en El Tiempo, fue publicado, dice el editor, en mayo de 1941; necesariamente posterior a los dos primeros artículos de Vargas Osorio, corresponde entonces a la última semana del mes de mayo.
[14] Anónimo, « Nuestro concurso de cuento », Revista de las Indias, Bogotá, n° 28, abril de 1941, p. 282-284
[15] J. Rodríguez Páramo, « El nacionalismo literario », El Tiempo, 29 de junio de 1941, Segunda Sección, p. 1 y 2
[16] Max Grillo, « Del nacionalismo literario », El Tiempo, Bogotá, 14 de julio de 1941, p. 4
[17] Germán Vargas, « Fichas sin revisar », El Nacional, Barranquilla, 15 de marzo de 1948, Segunda Sección, p.3
[18] José Antonio Osorio Lizarazo, « Del nacionalismo en la literatura », Revista de las Indias, Bogotá, n° 41, mayo 1942, s.p.
[19] Antonio Cardona Jaramillo, « Nabarco », El Tiempo, Bogotá, 9 de julio de 1944, p. 5
[20] Adel López Gómez, « De los cuentos y los cuentistas », El Tiempo, Bogotá, 4 de marzo de 1948, p. 5
[21] Antonio Burgés Carmona, « Cordillera », El Tiempo, Bogotá, 27 de febrero de 1945, p. 5
[22] Manuel Zapata Olivella, « Experiencias. Danza y folklore », El Tiempo, Bogotá, 26 de octubre de 1952, Segunda Sección, p. 2
[23] José Mejía Mejía, « Cultura sin fronteras », Crítica, Bogotá, Año III, n° 61, 2 de mayo de 1951, p. 4
[24] Luis López de Mesa, « Arte suprarrealista y arte académico », El Espectador, Bogotá, 24 de octubre de 1952, p. 5 y 14
[25] Eduardo Caballero Calderón, « El existencialismo francés », El Tiempo, Bogotá, 8 de julio de 1945, Segunda Sección, p. 3
[26] Eduardo Caballero Calderón, « El existencialismo francés », El Tiempo, Bogotá, 26 de julio de 1953, Segunda Sección, p. 1
[27] Jesús Zárate Moreno, « Nuevas perspectivas en la novela hispanoamericana », El Tiempo, Bogotá, 8 de abril de 1951, Segunda Sección, p. 3

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